Madrid tiene seis letras, cantaba Pepe Blanco. Ponce tiene cinco. Y cuatro puertas grandes en Las Ventas, en ese Madrid que tiene seis letras. Cuestión de abecedario. Cuestión de conquistar tierra extraña. Menos extraña que nunca. Más amable que jamás. Más “poncista” la Madrid de las seis letras que cabeza alguna podía imaginar.
Un viernes, 2 de junio. Todo empezó en la estación “Joaquín Sorolla” de Valencia, claro, a las 8 de la mañana. AVE con destino Madrid-Puerta de Atocha. Dos horas, dos, escasas. Y Madrid abre sus brazos nada más pisas la calle tras un buen paseo, desde donde te deja el AVE hasta que los ojos se frenan ante la monumental fachada del Ministerio de Agricultura, el Palacio de Fomento. Inaugurado en 1897, obra del arquitecto Ricardo Velázquez. Monumental monumento, digo. Siempre me ha llamado la atención, desde la primera vez que pisé Madrid, cuando la estación de Atocha olía a tren de maquinaria a diesel, cuando el famoso scalextric, aquel enjambre de coches que subían y bajaban sin orden ni concierto, te daba la bienvenida a la Villa y Corte.
Puestos los pies en el Madrid de la señá Carmena, paseo largo pero tranquilo en busca de Las Ventas. Poco más de las 10 de la mañana y Madrid ya te muestra un movimiento que ya no cesará hasta la madrugada. Paseo del Prado: las puertas del Museo del mismo nombre a punto de abrirse. Colas de gente. Mucho guiri, como toca. Y filas de jovenzuelos en estado estudiantil que parecen gozar de una excursión programada. El Paseo del Prado tiene unas enormes baldosas, pero la gran mayoría de tales enormes baldosas no están muy fijadas al suelo. Bailan al pisarlas. Están sueltas. Y la recién limpieza con la manga de riego las hace una trampa. Así es: piso una baldosa bailable y ¡chop¡ el agua que salta hasta más allá del camal. ¡Casi hasta la bragueta¡ Buen comienzo, me digo. Disimulo como puedo el accidente, miro al frente, no me detengo y sigo como si nada. Al final del Museo hay que girar a la derecha, en busca de la calle (o no sé si es avenida) Alfonso XII, para localizar la Puerta de Alcalá, que hace de faro ya para enfilar Alcalá arriba. Destino: Las Ventas.
Una hora después de las 10 de la mañana, la explanada de Las Ventas te ofrece el hermoso edificio de la plaza de toros. Allí está, en espera de mi llegada, mi amigo Agustín Colomar. Colomar es un tipo peculiar. De Sueca. ¿Cómo se puede ser de Sueca y al mismo tiempo ser del Madrid y, además, antiponcista? Pero a los amigos también hay que quererlos por sus defectos. Digo que es especial. Nos separan muchas cosas, pero, en fin, posiblemente nos unan menos pero más importantes. Un tipo honrado, que es lo que vale. Aunque sea del Madrid y antiponcista. Ya os podéis imaginar el hilo de la conversación de toda la mañana, hasta casi la hora de la corrida. Os ahorro detalles, pero os aseguro que la conversación en la comida, con un amigo de Colomar presente, traspasa los límites entre el cielo y la tierra.
Pero no paso por alto las atenciones recibidas por Nacho Lloret y Roberto Piles. Sorteo y apartado de los toros en primera línea de corrales; desembarque y reconocimiento de la corrida de Cuadri. Un privilegio. ¡Y qué grandes se ven los toros al nivel de ellos! De la corrida de Garcigrande a lidiar por la tarde, un burraco destaca por su espectacular cabeza. ¡Impresionante! Y va y le toca a Ponce. En mejores manos, imposible. El rito del sorteo se hace en Madrid casi como una ceremonia secreta. Muy poca gente. Se respira la tensión del compromiso mayor. Del toro hecho y derecho. Del jurado popular que dictará sentencia por la tarde. Las Ventas, la plaza de toros, tiene su encanto. Su ambiente respira especial dimensión taurina. En todos los sentidos. En los alrededores monumentos a ídolos: Antonio Bienvenida, Yiyo, una estatua de Luis Miguel Dominguín…el hermoso monumento al doctor Fleming. El gran mural que recrea un encierro de toros, cabestros y mayorales, frente a la puerta del desolladero. Y la Puerta Grande: seguro que la más soñada del universo taurino.
Al encuentro con Paco Delgado, y Antonio Lorca, que amablemente me ha invitado al palco de prensa, a la hora de la corrida y últimos mensajes. Hoy, viernes, se hablaba valenciano en Las Ventas. Ponce y Varea, Valencia y Castellón. Las espadas en alto. ¿Qué pasará?
La tarde fue “poncista”. Nunca había visto al público de Madrid tan receptivo con el maestro de Chiva. ¡Jamás! Digo incluso que me sorprendió el cariño, respeto y admiración. A la mínima acción del torero, el graderío bramaba. No entro en detalles de la corrida, que al final tuvo su trazo polémico. ¡Como Dios manda! ¿Puerta Grande generosa? La generosidad nunca debe ser un pecado. Escuchar el “Valencia” del maestro Padilla cuando a Ponce se lo llevaban en volandas camino de la calle Alcalá, es dato para la memoria (histórica). Luego quedan las crónicas, la polémica, la discusión…que no me quitan el sueño. Mi burbuja sigue inaccesible, para bien mío y para mal de algunos. De regreso a Valencia mi pensamiento me remite al futuro…”yo vi salir por la Puerta Grande de Las Ventas a Enrique Ponce”, podré contar dentro de cien ¿? años.
Vicente Sobrino