Se cumplen ochenta años de uno de los episodios más negros de nuestra historia y que, aunque la magnitud y la trascendencia de lo sucedido entonces ello fuese un mal menor, dejó a España sin toros.
El malestar social y la inseguridad política de los años anteriores, los continuos disturbios, el desorden, el clima de violencia generalizada y la incapacidad del gobierno para tomar las riendas de la situación propició que el 18 de julio de 1936 el ejército de Marruecos, a cuyo mando estaba el general Francisco Franco -que asumiría el poder el 29 de septiembre en la finca salmantina de Antonio Pérez Tabernero-, se rebelase contra el gobierno de la República. La guerra civil había comenzado.
El inicio de la contienda también se sentiría dramáticamente en el mundo taurino, que, como España, quedaría dividido en dos franjas, dos grupos bien diferenciados: por un lado los ganaderos, empresarios y las primeras figuras que se alinearían con el bando franquista, mientras que la mayoría de subalternos, toreros de segunda fila y el personal que trabajaba en el campo o en las plazas, tomaría partido por la República.
Solo hubo dos autenticas corridas de toros con matadores de alternativa en el mes de agosto en zona republicana y ninguna en la nacional. En Barcelona torearon Juan Luis de la Rosa, Pedrucho y Curro Caro el 6 de octubre. Fue la última corrida que lidiará el matador jerezano Juan Luis de la Rosa, asesinado en plena calle a tiros a manos de unos desconocidos.
En la Andalucía ocupada por el bando llamado nacional, poco a poco comenzaron a celebrarse festejos taurinos, como el que tuvo efecto en Sevilla en septiembre, un festival, otro en octubre y un tercero en diciembre. En Córdoba el 6 de diciembre se celebró otro festival a beneficio de Falange Española, en el que reapareció José Flores “Camará” tras haberse tirado como espontáneo en Écija, alternando con Zurito, Manolete, Machaquito y Platerito.
En Valencia, donde hasta el mes de julio se habían dado ya seis corridas de toros y diez novilladas picadas, las nueve corridas anunciadas para su feria de julio fueron suspendidas. Los toros que deberían lidiarse en estas funciones permanecieron en los corrales de la plaza y algunos fueron corridos en los festejos organizados posteriormente a beneficio de las milicias antifascistas por el llamado Comité de Control de Espectáculos Taurinos UGT y CNT.
La monumental madrileña de Las Ventas -tras una novillada celebrada el 22 de julio de 1936-, se convirtió en una inmensa huerta durante 34 meses, ya que la guerra hizo que se interrumpiese la temporada taurina, no reanudándose las actividades taurinas hasta el 24 de mayo de 1939, con una corrida en la que intervinieron Marcial Lalanda, Vicente Barrera, El Estudiante, Pepe Amorós, Domingo Ortega, Pepe Bienvenida y Antonio Cañero.
En Bilbao, como recoge Antonio Fernández Casado en su libro Garapullos por maúseres, se siguieron celebrando espectáculos taurinos durante los casi tres años que duró el conflicto. El coso de Vista Alegre acogió entre julio de 1936 y abril de 1939 un total de 17 festejos taurinos, diez corridas de toros, seis novilladas y un festival benéfico.
Muchas ganaderías de reses bravas desaparecerían, unas por la hambruna y otras por la barbarie, quedando muy mermada la cabaña, obligando a permitir lidiar toros de menor peso de los que se lidiaban antes de la guerra. De igual manera algunas plazas también serían destruidas, entre ellas la madrileña de Tetuán de las Victorias.
Y no pocos toreros vieron truncadas de raíz sus aspiraciones a llegar a triunfar en el mundo del toreo. En la corrida celebrada en Valencia el primer día de noviembre de 1936, y organizada por el Comité de Control de Espectáculos Taurinos UGT y CNT, Rafael Ponce “Rafaelillo” fue cogido por un astado de Florentino Sotomayor, sufriendo una grave cornada en el muslo derecho, de la que derivó una severa anemia y que contribuyó decisivamente para anular sus posibilidades de prosperar en la profesión cuando finalizase la guerra. Como ocurrió con muchos otros jóvenes matadores para los que, como a tantos y tantos españoles, el sol se apagó aquel verano del 36.