El 26 de septiembre de 1984 ha quedado ya marcado como funesto para la historia de la tauromaquia. Ese día Francisco Rivera “Paquirri”, uno de los toreros más poderosos del momento y que se preparaba ya para la retirada tras más de 20 años de carrera, fue herido de muerte por un toro en Pozoblanco. Y España se estremeció.
Nada hacía prever que el 26 de septiembre de 1984 podría ser una fecha que pasase a la historia. Ese día, en el que Japón ofrecía 3.500 millones de dólares al FMI para ayudar al Tercer Mundo, se inauguraba en Madrid una exposición sobre el arte español de los años cincuenta; también en Madrid eran detenidos ocho presuntos traficantes de droga en el transcurso de una redada policial o se anunciaba que uno de los reactores de la central nuclear de Chernobyl volvería a funcionar a primeros de octubre y se daba cuenta de que en una manifestación en Seul contra los Juegos Asiáticos hubo incidentes que provocaron 40 heridos.
Y en la localidad cordobesa de Pozoblanco se celebraba el segundo festejo de su feria taurina, organizada por Diodoro Canorea. El día anterior se había dado una corrida de rejones en la que con reses de Flores Tassara habían actuado Fermín Bohórquez, Álvaro Domecq, Luis Valdenebro y Joao Moura.
Aquella tarde se anunciaban, para lidiar toros de Sayalero y Bandrés, Francisco Rivera “Paquirri”, Vicente Ruiz “El Soro” y José Cubero “Yiyo”. La expectación era enorme.
El cuarto de la tarde, de nombre «Avispado». Negro, de 435 kilos. Paquirri lo brindó a un chaval rubio con flequillo y despeinado que entonces se anunciaba en los carteles como Manuel Díaz “El Manolo” y que unos años más tarde tomaría la alternativa en la Maestranza de manos de Curro Romero ya con el nombre de Manuel Díaz “El Cordobés”.
Paquirri, lo recibió con el capote, estirándose a la verónica mirando al tendido. Estaba muy seguro de sí mismo, de su técnica, de su poder ante los toros. Pero este no era claro. Se vencía, se acostaba. Y cuando lo estaba poniendo en suerte para ser picado llegó la cogida. Seca, brutal. El pitón se hundió en el muslo del torero. Una herida espeluznante, como un hachazo.
Paquirri fue trasladado a la enfermería, donde se grabaron una imágenes que ya son historia y en la que se reflejaba el talante y la grandeza de este diestro: “Doctor, yo quiero hablar con usted. La cornada es fuerte. Tiene al menos dos trayectorias, una para acá y otra para allá. Abra usted todo lo que tenga que abrir, lo demás está en sus manos. Y tranquilo, doctor”. Y el doctor Eliseo Morán Gómez, cirujano jefe de la enfermería del coso de Los Llanos, trató de atajar la copiosa hemorragia de su muslo derecho, completamente seccionado a la altura del triángulo de Scarpa.
Después de estabilizar al matador y poner orden en el caos que se vivía en aquel recinto, decidió su traslado por carretera al hospital Reina Sofía de Córdoba. Fue aquel un angustioso viaje de poco menos de 70 kilómetros, complicado por el mal estado de las carreteras de la época que culminó en el Hospital Militar, a la entrada de la ciudad, donde aguardaba una multitud a la que trataba de controlar Manuel Benítez “El Cordobés”. Pero Paquirri ya era cadáver.