El pasado día 11 de mayo, mientras los asistentes a La Maestranza rugían a la espera de la apertura del portón, Pepe Moral aparcaba las largas esperas del hastío que durante tres años le cerraron las puertas de Sevilla.
Pilar Guardiola
Durante esta desértica travesía, su mente apostaba por un cambio de vida, lejos de los ruedos. Finalmente, el oasis de su esperanza inquebrantable le ayudó y sus pensamientos, lejos del toro, fueron cayendo y disipándose hasta quedar en el olvido.
Su temple y su valor frente a las corridas más duras hicieron que, como muchos otros, fuera colgado su nombre de los carteles de este año en la Real Maestranza de Sevilla.
Mientras se ciñe y enrolla su capote de paseo alrededor de la cintura, debe recordar el tiempo y el esfuerzo que le ha costado llegar hasta aquí. Al parecer, no por falta de ganas, ni por miedo, sino porque en los despachos donde se deciden los carteles, no había sitio para él.
Este año, después de tres años silenciado, ha sonado el teléfono para ofrecerle una corrida de las duras (como siempre), una de Miura, de esas que hacen sudar a los matadores y dejarles la boca como estropajo. Pepe, dice sí y comienza la cuenta atrás para el combate que semeja a la lucha del antiguo gladiador.
En la plaza, un miureño cárdeno le mide el traje verde y oro, mientras sus ojos, profundamente negros, le miran con mirada de tragedia. El silencio se impone en La Maestranza, solo el mugido del toro puede imponer la inquietud en el ánimo de los asistentes. El capote del matador comienza a revolotear por los aires para posarse en el suelo. De rodillas, midiéndose con la fiera, esperando la salida del enemigo, el matador cuaja una faena auténtica, profunda y sincera que culmina con una estocada en el lugar en donde la vida da paso a la muerte.
El rugido de la plaza, el bramido ancestral que baja desde los tendidos hasta perderse en el ruedo, el blanco crisol con que la cubren los miles de pañuelos que ondean al sol de Andalucía, son motivo suficiente para el merecido triunfo.
En el centro, Pepe Moral, inmóvil, mirando al cielo y agachando la cabeza, deja que ese instante lo atraviese como un rayo.