No da tregua el agua, la lluvia, mejor dicho, generalizar en este caso podría dar lugar a equívocos y malos entendidos, y pese a su carácter benéfico para muchas cosas y en no pocos aspectos, para el negocio y espectáculo taurino sigue siendo un trastorno y causa de no pocos disgustos.

Paco Delgado
Una situación que vuelve a poner en primer plano el tema de las plazas cubiertas ¿Cubrimiento o no? ¿Es una ventaja o un despropósito? ¿Compensa su coste? ¿Estéticamente valen la pena?
Estas, y otras muchas cuestiones más, se debaten ahora, cuando tormentas, chubascos y aguaceros vuelven a dar al traste con festejos y planes. En abril aguas mil, dice el refranero, y abril mojado, de panes viene cargado. Pero también que la lluvia sólo es un problema si no te quieres mojar…
Lo bien cierto es que a estas alturas de la vida, con las nuevas tecnologías y el extraordinario desarrollo de la ingeniería y arquitectura, parece anacrónico no ya que un festejo se tenga que suspender por el mal tiempo -o, simplemente, que haya que depender de ello para su viabilidad- sino que se obligue al espectador a su contemplación en unas condiciones de incomodidad manifiestas o acarrear pérdidas económicas, perjuicios y molestias a quien organiza y participa. Algo asombroso cuando no absurdo, si todo ello se puede evitar. Y se puede. Pero la nostalgia de tiempos pasados, aquello del sol y moscas y el tradicional y ancestral inmovilismo que nos caracteriza hace que esa posibilidad de poner los toros a cubierto no acabe de cuajar ni sea ya una realidad habitual en nuestra geografía taurina.
Pero esta controversia no es nueva ni de ahora. La plaza de La Misericordia de Zaragoza, cuya cubierta se instaló en 1988, fue pionera en este aspecto y, con el tiempo, se ha demostrado que aquella iniciativa fue fundamental para consolidar la Feria del Pilar, tantas veces fustigada por el frío, el viento y el agua.
Unos años más tarde, siendo alcalde de La Coruña Francisco Vázquez, se inauguró su nueva plaza cubierta, dando a la ciudad la posibilidad de gozar de toros en agosto, en sus fiestas de María Pita, y en plenas Navidades. Pero aquello no gustó ni a los taurinos ni a los antitaurinos y los toros desaparecieron de la capital gallega. Jaén también cubrió su coso, así como Pontevedra y se construyeron nuevas, San Sebastián, Burgos, Palencia, Logroño, Villena, Tobarra, Leganés, Moralzarzal, el Palacio Vistalegre de Madrid, con suerte dispar. Esta última no acaba de entrar en los planes del taurineo y la de Villena, un espacio multiusos precioso y magnífico, inaugurada en marzo de 2011, apenas ha disfrutado de media docena de espectáculos en estos casi tres lustros de existencia, aunque en este caso han influido de manera especial y notable cuestiones políticas.
Pero mucho tiempo antes, en 1958, la de Pomarez, en la región de Aquitania en Francia, tuvo su cubierta, la primera plaza de estas características en el país vecino y que se emplea para las corridas landesas y para otros eventos culturales o de ocio.
El que parte de la nueva cubierta prevista para la plaza de toros de Las Ventas, de 160 toneladas de peso, se desplomase cuando se estaba realizando la prueba de carga y a 48 horas de inaugurarse, en 2013, y por causas que se desconocen, provocó que ya nunca más se haya planteado esa posibilidad en la Monumental madrileña.
También en el proyecto de Peñín -mediante el que se remozó el coso de Monleón en 2010- se contemplaba la instalación de un sistema de protección contra los fenómenos atmosféricos, pero el que el edificio esté catalogado como monumento histórico artístico provoca que no se pueda tocar un ladrillo en la plaza de Valencia, prefiriendo que no haya toros a cumplir con el futuro.