El pasado domingo tuvo lugar la votación final para decidir el ganador de los premios que, a través de Clarín -programa que creó hace más de cincuenta años Rafael Campos de España y que mantiene vivo su espíritu y fórmula-, concede Radio Nacional de España a los triunfadores de la temporada.
Tras el fallo de los colaboradores y corresponsales del programa, el más veterano de cuantos se emiten en la radio española sobre el tema taurino, Enrique Ponce y Victorino Martín fueron los ganadores de la Oreja de Oro y el Hierro de Oro, respectivamente, como triunfadores de la recién finalizada campaña de eset año. Enrique Ponce logró 11 de los 23 votos posibles, quedando igualados en el segundo puesto Alejandro Talavante y Roca Rey con 6 votos cada uno.
Un ganador de la Oreja de Oro, no puede ser sino quien, en principio, haya realizado una temporada completa, toreando desde La Magdalena hasta El Pilar en todas las ferias de importancia. Que la regularidad de sus triunfos sea evidente y que su quehacer haya tenido la excelencia por norma. Si además se tiene en cuenta la variedad de registros que ha habido en su ejercicio, al repasar los nombres de los tres finalistas, pienso que no hay duda que este tan importante galardón, la Oreja de Oro, tenía que ser para quien finalmente ha sido, que ha vuelto a sorprender un año más con una evolución en su toreo que no deja de maravillar en quien lleva ya veintisiete temporadas como matador de alternativa sin que se vislumbre su techo.
Con esta, Enrique Ponce logra su sexta Oreja de Oro, puesto que ya conquistó este galardón en las temporadas de 1992, 93, 94, 96 y 97 – años en los que sumó más de cien contratos por temporada-, mientras que para Victorino es la primera vez que consigue este trofeo. El torero valenciano supera así a El Juli, ganador de cinco de estos premios, e iguala con Espartaco, que tiene en sus vitrinas otras seis.
Y es que, aunque resulte difícil decirlo, todavía más explicarlo y creerlo si no se ha visto, la temporada que llevó a cabo Enrique Ponce en 2016 fue, sencillamente, excepcional, superándose a sí mismo -lo que ya es superar- y dejando prácticamente cada día que toreó la sensación de estar ante un torero no ya de época sino irrepetible, consiguiendo sacar partido casi de todos los toros a los que se enfrentó y persiguiendo la excelencia en su quehacer, dotando su toreo de una mucha mayor profundidad -si ello fuese posible, que lo fue-, temple, suavidad, lentitud y poso. Exprimió a todos y cada uno de los toros a los que se enfrentó, recreándose con el bueno y peleándose a cara de perro con el malo, como si en ello le fuese su carrera y el sumar nuevos contratos, dejando siempre la impronta de una calidad fuera de lo común y augurando, visto lo visto, nuevas maravillas para los próximos años.
En total sumó cincuenta y cuatro festejos, de los que once tuvieron como escenario plazas americanas, consiguiendo un total de noventa y tres orejas y tres rabos, saliendo a hombros por la puerta grande en treinta y una ocasiones, además de añadir a su espectacular hoja de servicios otros tres indultos, uno en la Mérida venezolana, otro en Istres, en una actuación en solitario en la que alcanzó una de las cumbres de su trayectoria, y un tercero en Villar del Arzobispo.
Queda claro que se merece de sobra el galardón de Clarín. Sin embargo este trofeo se le queda ya pequeño a un diestro que ha evidenciado estar muy a otro nivel y ser, todavía en activo, una leyenda y un torero que marcará un antes y un después en la historia del toreo. Como a los matadores antiguos, esta Oreja de Oro es sólo la señal de que a él le pertenece todo el toro. Y puede que aún me quede corto.