Llegó el día, todo tiene su fin, nos pongamos como nos pongamos, y Enrique Ponce toreó por última vez en España. Valencia, claro, fue el escenario elegido y el torero de Chiva no defraudó, regalando otra tarde inolvidable en la que cuajó una actuación de conjunto memorable y para el recuerdo.
Paco Delgado
Que nos hallamos ante uno de los más grandes toreros de la historia es algo indudable y el tiempo se va encargando no sólo de poner en valor una de las trayectorias más impresionantes del toreo, sino de agrandar su dimensión. El sueño de su abuelo hace ya tiempo que se hizo realidad y ahora es ya leyenda.
Pocos toreros, por no decir ninguno, han conseguido cumplir más de 30 años como matador en activo y pocos, por no decir ninguno, han estado todo ese tiempo manteniendo la condición de figura como lo ha hecho Enrique Ponce. Que, además, a lo largo de todo este tiempo ha ido convirtiéndose en un torero de época y referencia inexcusable para explicar y comprender el toreo en el tránsito del siglo XX al XXI, siendo ya uno de los diestros más importantes de la tauromaquia.
No sólo contribuye a ello el repaso de sus números, espectaculares y de muy difícil superación (años en activo, el número de corridas, toros, estoqueados, toros, indultados, premios, trofeos, grandes faenas… Ha lidiado más de 5.000 toros e indultado medio centenar; durante 10 temporadas seguidas toreó más de 100 corridas, siendo su media absoluta de 70 festejos por temporada. Ha abierto la puerta grande de las más representativas e importantes plazas de España, Francia e Hispanoamérica.
Además ha recibido la Medalla de las Bellas Artes y fue el primer diestro nombrado académico), su talante, conocimiento, entrega y compromiso son ya también símbolo de un torero irrepetible.
Su técnica, facilidad para ver a los toros, comprender sus reacciones y conocer sus terrenos; su estética, disposición, valor, cabeza y afición le sitúan por encima de prácticamente cualquier otro que se haya vestido de luces.
Año tras año, temporada tras temporada, la realidad, machacona, implacable e infalible, ha ido mostrando como hecho probado la existencia de un torero cuya dimensión parece exceder de nuestras cortas entendederas: Ponce.
Albert Boadella explicaba que ello está en su naturaleza extraordinaria: “Es indudable que estamos ante un acontecimiento anómalo en la historia del toreo y su interpretación merece ser analizada con detenimiento. Se puede argumentar que, actualmente, el público muestra mayor blandura en todas las cuestiones que tienen que ver con la muerte de los animales.
También cabe plantearse si las ganaderías en los últimos tiempos no han construido un toro más complaciente con los diestros .
Es posible que estos y otros elementos puedan tener cierta relación con el número de indultos, pero aún así, surge inevitablemente la misma pregunta: Si las condiciones son tan óptimas ¿porqué los demás diestros no indultan con tanta facilidad?”.
Puede que el torero valenciano tenga la ciencia a su favor Y a los números, pura ciencia, hay que remitirse para considerar, sin necesidad de más teorías ni argumentos, que no ha habido nadie capaz de mostrar una potencia creadora como la suya.
Y así también lo pensaba Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura y gran aficionado: “En Enrique Ponce se reúne una combinación de talento natural, esfuerzo y disciplina, que le permite llegar a dominar ese arte, difícil, lleno de misterio, que es la tauromaquia. Su trayectoria no ha sido una rutina. Cada corrida ha sido para él una aventura y un acto de creación, en el sentido más artístico y más estético que tiene esta palabra. Cuando uno piensa en todos los éxitos que ha tenido Enrique Ponce por el mundo. Piensa que debe ser un hombre muy feliz, un hombre elegido por los dioses”.
Tan elegido que lo que fue un sueño es ya una leyenda que se hará más grande con el paso del tiempo. Y hemos tenido la suerte de verlo y vivirlo. Y contarlo. Somos unos privilegiados.