Parece que fue ayer cuando, con los preparativos para las ferias de fallas y La Magdalena, comenzaba una nueva temporada y ya estamos dando cuenta del postre. Y a lo largo de estos meses de campaña han pasado muchas cosas, buena parte de ellas con efecto en los últimos seriales celebrados.
Un año más la de Albacete se ha significado como una de las más importantes y destacadas citas del calendario. Aún cuando desde ciertos medios locales se han cargado las tintas contra este serial -por motivos espurios y en plan venganza por no serles concedidas prerrogativas y mercedes que a lo mejor no les correspondían-, lo bien cierto es que la edición que ya es historia tiene que ser tenida como un ciclo brillante y triunfal. Empezando por la asistencia de público -recordemos que son diez días seguidos de toros y que no todos son fiesta…-, con una media notable; hubo un día de “no hay billetes”, el sábado 14, otros dos de casi lleno, el domingo 15 con la corrida de rejones y el día 17, un martes y ya con el personal currando…; más de tres cuartos de aforo se ocuparon para la función del día 12 con ocho toros para cuatro toreros y el resto hubo dos tercios, más largos, más cortos, pero mucha gente, teniendo en cuenta que en ese epígrafe hubo dos novilladas. O sea, que en este apartado muy bien.
Tampoco hay muchos peros que poner al ganado, más bien al contrario, aunque, en cuanto a juego, hubo de todo -desde la muy exigente y nada fácil corrida de Victorino que puso a prueba a sus matadores, hasta la, desde luego, más noble y manejable de Jandilla, un par de grandes toros de La Quinta, varios de Conde de Mayalde, las novilladas de Montealto y López Gibaja…- y por presencia todos tuvieron una entidad y seriedad bastante por encima de lo que se pide para una plaza de segunda. Lo de Samuel Flores, por apuntar una pega, fue lo que más flojeó.
Tampoco se quedó atrás la parte artística, en la que varios diestros salen notablemente reforzados o con su papel al alza. Empezando por el nuevo matador, Samuel Navalón, que en su despedida como novillero, el día 9, ya dejó claro que estaba hecho y suficientemente preparado para subir de categoría, como demostró unos días después en la corrida de su doctorado, en la que hizo que pasasen totalmente desapercibidos un Manzanares por completo oscurecido y un Roca Rey que hizo todo lo que supo sin poder ni siquiera igualar lo hecho aquella tarde del 14 de septiembre por el torero de Ayora, que cumplió una actuación espectacular, sólida, maciza y sin fisuras, saliendo a hombros al cortar dos orejas que pudieron ser más -tuvo que dar hasta tres vueltas al ruedo tras acabar con su primero, dado el entusiasmo provocado en la concurrencia- de no haberse encastillado en su negativa el palco presidencial.
José Fernando Molina, tenido como triunfador por el jurado del Ayuntamiento, dejó una muy agradable sensación de poder y ciencia lidiadora con toros del Conde de Mayalde que no regalaron nada, Emilio de Justo evidenció estar en sazón, atravesando en un gran momento de forma y cuajó una gran faena a un no menos gran toro de La Quinta. También estuvo a gran nivel Daniel Luque, que exhibió su toreo seco y sobrio, sin florituras pero tremendamente capaz, eficaz y solvente, mientras que Borja Jiménez, que compartió cartel con él, pudo acompañarle por la puerta grande de no haberse demorado con el estoque después de haber destapado su tarro de esencias y veroniquear a cámara lenta, desengañando a un toro desentendido y sin especial interés por un torero que le terminó unciendo a su muleta para sacar un trasteo lleno de frescura y desparpajo, muy por encima de su oponente, que terminó entregado y arrastrando el morro por el suelo, cumpliendo a rajatabla todo lo que le indicó el de Espartinas.
Rubén Pinar y Sergio Serrano se volvieron a justificar más que de sobra con los victorinos del final de la feria y Gines Marín se mostró muy firme y entregado; y de los novilleros, Navalón al margen, Alejandro Chicharro también dejó ver su rodaje y estar por méritos propios entre los más preparados de su escalafón.