Siempre se ha dicho que el agua es una bendición. Y así es, efectivamente, no en vano en este elemento, parece, está el origen de la vida y ya Séneca lo tenía claro al afirmar que “la vida es la lluvia y el trueno en el cielo, lo que es y lo que no es”. Pero también es cierto que no en todo momento llueve a gusto de todos.

Paco Delgado
Años hubo que todo mal se achacaba a la pertinaz sequía, pero, como siempre pasa, todo es cíclico, cuando tras aquella maldición llegó la lluvia, acogida en principio con alborozo y alegría, al ponerse pesadita y no cesar en mucho tiempo es tenida también como castigo o desastre.
Y hay que ver qué racha llevamos. Las cantidades acumuladas se encuentran por encima de sus valores normales en gran parte de la Península, especialmente en la región de Murcia, en la mitad oeste de Andalucía, a lo largo del sistema central, en la mitad occidental de Castilla La Mancha y en una franja en el levante que va desde Valencia hasta el valle del Ebro.
El valor medio nacional de las precipitaciones acumuladas desde el pasado 1 de octubre de 2024 hasta el 15 de abril de este año se cifra, según AEMET, en 521 mm, lo que representa alrededor de un 20 % más que el valor normal correspondiente a dicho periodo (434 mm). Y a la vista está que dicha cantidad de agua no siempre ha venido bien.
Especialmente para el espectáculo taurino, que en este principio de temporada se ha visto afectado por este fenómeno de manera muy significativa y negativa. John Steinbeck sabía de qué hablaba cuando escribió que “se pueden encontrar muchos dolores cuando la lluvia está cayendo”.
Muchos han sido los festejos que se han visto influidos por el mal tiempo y muchos los que los que, incluso, se han tenido que suspender. Valencia, sin ir más lejos, padeció los rigores atmosféricos y vio como su feria de fallas menguó de manera notable al no poderse celebrar dos de las corridas previstas en su abono y verse muy afectada y condicionada por el mal tiempo la segunda de las novilladas picadas incluidas en el serial fallero. Los certámenes de novilladas de este primer tramo de la campaña así como la primera parte de la Copa Chenel tampoco han podido desarrollarse con normalidad debido a esta circunstancia y ciudades como Olivenza, Illescas, Brihuega, Ubrique, Lucena, etcétera, se han visto perjudicadas, en el aspecto taurino, por el exceso de lluvia.
Y pese a que lluvia, afortunadamente, siempre habrá -si un cataclismo no acaba con nosotros cualquier día de estos-, no hay manera de que se ponga remedio a la incomodidad que supone para la fiesta de los toros. Año tras año padecemos estos trastornos pero nadie hace nada ni pone remedios para su solución. No es que se quiera evitar que llueva en día de corrida, pero sí hacer que no influya en su desarrollo. Y para eso están las plazas cubiertas.
Pero no hay manera de que cosos como los de Valencia o Las Ventas, de primera y con relevancia especial, puedan disfrutar de unas instalaciones acordes a los tiempos que vivimos. Que bien entrado el sigo XXI se siga obligando a la gente a ver una corrida sentada en una piedra, a la solana, con frío o calándose, ya es gordo, pero que además se esté al albur del cielo parece demasiado. Y más cuando hay medios y tecnología más que de sobra para evitarlo ¿Qué falta? Voluntad, principalmente. Ganas de hacerlo.
La de los toros es una fiesta arcaica, dicen. Y así es, efectivamente, pero a estas alturas su arcaicismo se debería limitar a lo que suceda en el ruedo, entre toro y torero. Todo lo demás debería haber evolucionado conforme a los tiempos que corren, pero parece que es al revés. En fin, que habrá que seguir atentos a cuando se grite ¡agua va!