Nos van dejando las figuras. Primero, Enrique Ponce. Después, Pablo Hermoso de Mendoza. Y este Pablo también ha dejado una estela personalísima, amplia, creativa, inventora, brillante y, en definitiva, indiscutible. Muchos años de líder en los ruedos y de campeón fuera. Cambió el rejoneo en la plaza y lo cambió en los despachos ante las empresas. Todo esto es de justicia y hay que decirlo. Y añadir que se le tiene como el más importante rejoneador de todos los tiempos. Ha estado años y años en la cumbre disfrutando de su revolución y sin que nadie le hiciera sombra.
Ricardo Díaz-Manresa
Hasta que apareció Diego Ventura, que destacó mucho y lo retó insistentemente ante los oídos sordos de Pablo Hermoso de Mendoza que lo ignoró, evitó, huyó o se acobardó. Y no se pudieron ver las caras en los ruedos. Una pena tremenda porque Hermoso de Mendoza perdió la partida y quedó rara y débil la última parte de su carrera. Ventura apretó de lo lindo y fue único rejoneador actuante en varias actuaciones. Solo ante el peligro. Y salió a hombros en Madrid más que nadie y, por tanto, superó a su sombra, Pablo, y hasta cortó el primer rabo en la Monumental de las Ventas. Y por ello, le quitó el número uno y el estrellato.
Hasta entonces, Pablo era el mandamás. Había conseguido inventar muchas novedades a caballo. Antes nunca vistas ni imaginadas. Le ví la tarde de sanisidro que cortó 4 orejas y aquello fue la perfección y la apoteosis absolutas.
Había acabado antes, en los despachos, con la combinación de cuatro rejoneadores y su labor en los dos últimos toros en pareja. Había conseguido imponer la corrida de tres profesionales y seis toros como en los festejos de a pie. Había conseguido, ante el éxito, más dinero y categoría para sus compañeros por sus reformas. Había cambiado de pe a pa el rejoneo. Y esto, que todo lo hizo él, es importantísimo y hay que aclararlo para los pasotas y desmemoriados.
Llenaba las plazas. Arrebataba a los públicos. Dejó clarísimo que no era necesario ser señorito andaluz para, naciendo en Navarra, encumbrarse como el mejor. Incluso, para remachar, no se vestía con el clásico traje andaluz, el de corto. Pablo Hermoso era otro, diferente, audaz, personal, revolucionario, contumaz, incansable. Un líder para la historia.
Y encima rejoneando con mucha personalidad, elegancia y clase, muy difícil en los rejoneadores que se embalan para pedir palmas al público con gestos histriónicos, muchas veces más del esperpento que de la profesionalidad y estar en su sitio.
La clase de Pablo rejoneando era única.
Muchas, muchas más cosas buenas se pueden decir de Pablo Hermoso de Mendoza pero su biografía asombrosa está ahí y nos llena de alegría y orgullo.
Y nos entristecen sus últimos años, eludiendo a Ventura, despidiéndose de las plazas o con su hijo o con sus amigos, e incluso con los de a pie, cosa rara en su carrera, y no dando la talla que debió dar este rejoneador, hasta entonces, rotundamente histórico.
Pero hay que recordar y transmitir todo lo bueno que hizo Pablo Hermoso de Mendoza por el rejoneo, dentro y fuera de los ruedos, y que será difícil de superar.