Como todo se imita y todo se contagia, en un mundo tan atolondrado como el que ahora vivimos -el ejemplo catalán, con la monumental chifladura que lo impulsa y mantiene, no es lo más disparatado que nos ha sido dado contemplar en vivo y en directo…-, no escapa al dislate el mundo de la información. Y también la concerniente al mundo taurino se ve afectada por la extravagancia y el desmadre.
No hacía falta que, cuando pisamos por primera vez un aula de la Facultad de Periodismo, se nos recordase el que esta actividad debía guiarse por la veracidad, rigor e imparcialidad, y que la objetividad debía primar en cualquier trabajo que en este campo se realizase. Quien más quien menos, lo tenía claro. Pero, por si acaso, se nos machacó sobre los principios que debían regir un periodismo ético: Verdad y precisión; independencia; equidad e imparcialidad; humanidad y responsabilidad.
Bien, pues todo esto parece cosa del pasado, algo anacrónico y que no va con este tiempo enloquecido y parece que absurdo. Y si con la llegada de la llamada “prensa rosa”, patética, vomitiva y que más bien debería denominarse “prensa de bragueta”, saltaron y parece que se eliminaron todos los controles, la información deportiva, sobre todo en radio y televisión, ha demostrado que lo de independencia, equidad e imparcialidad es algo ya desconocido en su ámbito y cada programa tiene en plantilla a un ¿colega? que defiende a muerte, venga o no a cuento, a un determinado equipo, a un jugador en concreto o hasta a un árbitro amiguete, dando una imagen espantosa y consiguiendo que la credibilidad del medio desaparezca por completo. Todavía recuerdo cuando José María García destituyó en directo, una tarde de domingo, a un corresponsal por defender los intereses de un equipo y no atender las recomendaciones y razonamientos del entonces director del Carrusel: “Tus colores son los de todos los oyentes, sean de Málaga, de Bilbao o de Albacete”. Hoy se le caería la cara de vergüenza si escuchase o viese, por ejemplo, a Roncero, maldecir y tirarse de los pelos por un penalty no señalado al Real Madrid. O a Manolete si pasase lo mismo con el Atleti o a otro señor de Barcelona al que sólo le interesa que gane el Barça. Lamentable y bochornoso por mucho que ahora se imponga el periodismo espectáculo o venda hacer el payaso en espacios antes tenidos como más o menos serios.
Y este “efecto Fofó”, en honor a quien fue uno de nuestros más grandes payasos de verdad, se ha trasladado ya a la información taurina, en la que desde hace tiempo se ha disipado el rigor que siempre la distinguió y se han perdido aquellos conceptos de independencia e imparcialidad que en la mayoría del colectivo han imperado en los últimos tiempos. Baste con echar un ojo a determinados portales o revistas especializadas para comprobarlo. Y, por si fuera poco, llega ahora lo que se podría denominar como “efecto Joubert”, así denominado por ser este diestro francés el desencadenante involuntario del mismo cuando, a la hora de votar uno de los más prestigiosos trofeos del mundo taurino, que premia al diestro más sobresaliente de la temporada y a la mejor ganadería en el conjunto de la campaña, uno de los encargados de emitir su parecer tiene como matador más destacado de 2017 a Thomas Joubert y a una vacada también gala como proveedora de los más y mejores toros en el conjunto de ferias de España, Francia y Portugal…
No dudo ni por un instante de la intención del votante, pero, hombre, ¡estamos hablando de elegir a los mejores, más completos y más regulares de marzo a noviembre! y el pobre Joubert, al que espero y deseo que un día pueda ser en verdad tenido como aspirante a esa Oreja de Oro, ha toreado cinco tardes… y, hay que recordar, se vota al mejor en conjunto, no al que más me guste a mí o al que haya visto en mi pueblo… No. Se debe votar al que haya llevado a cabo un ejercicio más brillante y sólido a lo largo de esos nueve meses y en la mayoría de plazas y ferias de importancia y nivel.
Ojalá esto sea sólo una anécdota y no prolifere este “efecto Joubert”. Sería ya lo que faltaba…