Dice Jesulín que vuelve. Lo dice él y lo confirma Maximino Pérez, empresario que lo es de la plaza de Cuenca y en cuyas combinaciones aparece el nombre del torero de Ubrique para torear el día 19 de agosto. Será al menos por un día y lo hará con Juan José Padilla -que este mismo año se despide de los ruedos- y Cayetano Rivera Ordóñez como compañeros de cartel. Un cartel mediático -término que él contribuyó no poco a poner de moda- y en el que encaja a la perfección.
Fue este Jesulín un novillero puntero, que llegó a competir con Enrique Ponce por el liderazgo del escalafón y que, siendo apenas un crío, se convirtió, a finales de la temporada de 1990, en matador de toros. En Nimes, con Manzanares padre y Emilio Muñoz de padrino y testigo y toros de Manolo González, que entonces eran bocado sólo apto para las figuras.
Y no dejó en mal lugar a quienes confiaron en él, mostrándose como un torero de muy buenas maneras, no poco valor -por momentos pareció que, por el sitio que pisaba, podría ser el nuevo Ojeda- y, sobre todo, con un extraordinario sentido del temple. Toreó mucho en sus primeros ejercicios, llegando a batir el récord de actuaciones que hasta entonces estaba en poder de, nada menos, Manuel Benítez “El Cordobés”. Y, como digo, con un muy notable nivel. Todavía se recuerda en Valencia su actuación en la feria de fallas de 1994, cuando ataviado con un traje amarillo y plata -que dejó anonadados a sus compañeros de terna, Ortega Cano y Emilio Muñoz- cuajó dos sensacionales faenas a toros de Jandilla.
Pero lejos de seguir por la senda no ya del clasicismo o la ortodoxia, sino de la seriedad, sus excesos y sus gracias le fueron alejando de un camino que le podría haber llevado mucho más lejos en su consideración profesional. Su empeño por hacer que saliese a torear una tarde su apoderado, ya mayor y con una evidente merma física; el no darle la gana matar un toro en Albacete, porque sí, porque no le apetecía hacerlo; el organizar corridas sólo para sumar festejos, sin garantías ni dinero, o el montar aquellos esperpentos de las corridas sólo para mujeres le acabaron pasando factura.
Tampoco anduvo acertado cuando decidió retirarse, en un momento en el que había logrado hacerse con un importante hueco en el segundo circuito, en festejos en los que no había tanta exigencia ni responsabilidad como en las ferias de primer orden pero sí un dinerito curioso, ni en su entrada en el mundo del cotilleo y la tele basura, algo que le hizo muchísimo daño y ningún bien.
Dice que vuelve, como tantos y tantos hicieron y harán, déjame volver con el recuerdo de aquellas esperanzas del día que partí, pero de todos los que hicieron ese camino de ida y vuelta, sólo Antoñete logró encontrar lo que buscaba, consiguiendo en esos sus últimos años de carrera afianzar un papel estelar que en sus años mozos no supo consolidar.
No puedo volver al ayer, porque ya soy una persona diferente, escribió Lewis Carroll, y no sabemos si Jesulín es ahora un torero diferente y volverá para ser el de sus primeros años o regresará para recoger sostenes. Tampoco se sabe si es una cuestión coyuntural o, picado de nuevo por el gusanillo, seguirá dejándose anunciar. En cualquier caso, siempre es grato recordar lo mejor de quien fue un gran y muy capaz torero y ojalá que, como el maestro Chenel, logre en su madurez completar esa trayectoria que quedó sin final feliz.