Política y realidad no siempre van de la mano. Políticos y pueblo no siempre van al unísono. A veces, nuestros gobernantes desprecian las raíces, las tradiciones y la cultura que han mamado y vivido, las que hacen España diferente del resto de países, deberían ser motivo de orgullo y siempre respetadas. Y mientras a la tauromaquia se le ponen todas las trabas posibles, las plazas se llenan, los ganaderos crían animales bravos y los toreros emocionan.
Mientras los políticos se empeñan en sembrar cizaña y en dividir a los españoles a costa de la tauromaquia, los aficionados continúan comprándose sus entradas para ir a los toros. Mientras los políticos se empeñan en dictar qué es y qué deja de ser cultura según sus gustos e intereses, los toreros siguen jugándose la vida para crear belleza y emocionar a los públicos. Mientras los políticos se empeñan en ignorar el valor medioambiental que implica el toreo, los ganaderos continúan invirtiendo su dinero para criar animales bravos y mantener vírgenes las dehesas. Mientras algunos políticos se empeñan en vender su alma y cambiar su histórica filosofía taurina por un puñado de votos, los hombres de plata siguen ejerciendo su labor asumiendo riesgos con torería.
Ir en contra de la cultura no es gobernar sino imponer, no es progresar en libertades sino retroceder en derechos a costa de prohibiciones. La tauromaquia vuelve a estar en boca del pueblo porque los políticos la han vuelto a sacar a la palestra para tapar sus vergüenzas, sus carencias, su ineptitud y su corrupción. Después de un periodo de relativa tranquilidad antitaurina, con cifras récord en venta de entradas y en audiencias televisivas de las retransmisiones de festejos, ciertos políticos amparan una Iniciativa Legislativa Popular para despojar al toreo de su legítimo carácter de Patrimonio Cultural.
Los toros son usados una y otra vez por nuestros gobernantes para crear cortinas de humo. Unos los señalan como algo retrógrado y del gusto de la derecha, sin escatimar datos falseados y malintencionados. Los otros no saben defenderlos con fundamento y no son capaces de aportar informes y normativas concluyentes.
Promover que cada Comunidad Autónoma tenga libertad para impedir las expresiones culturales que no gusten a los políticos que en cada momento ostenten el poder, es un asunto grave en democracia. Es crear diferentes derechos según donde se viva, es censurar, dictar, sentenciar, olvidando la obligación que adquirieron al prometer sus cargos de conservar y promover la cultura, la que les agrada y la que les incomoda, la de todos los españoles, no sólo la de un sector. La situación da pie a pensar que nuestros gobernantes también podrían aplicar su religión y su ideología sin atender a la libertad de pensamiento y al respeto democrático. Un horror.
Pero entretanto, el toreo sigue su camino, quizá ajeno a lo que, poco a poco, le va constriñendo. Acaba de finalizar la Setmana de Bous de Algemesí y, éxitos aparte, la feria ha dado motivos para la esperanza. Plaza llena días tras día durante 10 festejos. Se han visto novillos de excelente presentación, como hacía años que no saltaban a este peculiar palenque. Pero, sobre todo, han saltado ejemplares de nota, encastado, bravos, que se empleaban con transmisión. Se han visto novilleros ilusionantes, chavales que han toreado a un nivel sorprendente y que han exhibido una actitud irreprochable, que se han arrimado como jabatos con una ambición impropia en los jóvenes de la sociedad actual consiguiendo emocionar a un público festivo y bullidor, tanto que, en ocasiones, se ha llegado a producir un silencio maestrante. Y se han visto subalternos de una profesionalidad sobresaliente, que se han jugado el tipo en una plaza complicada para banderillear y que han pretendido lucirse como si estuvieran en el coso más importante de España. Profesionalidad y torería.
Resulta evidente que muchas veces la política y la realidad no van de la mano. En el Congreso de los Diputados hace falta más verdad, más preocupación por los verdaderos problemas de la gente y menos falsedades, menos parafernalia que sólo vale para perder el tiempo, provocar discordia y enfrentar a los españoles.