El nuevo clásico. Un romántico de formas añejas. Morante evoca a Gallito para demostrar que el toreo ortodoxo es eterno y que vuelve a estar de moda, que lo genuino es siempre emocionante. El de La Puebla conjuga la estética con la ética y recuerda que torear es un lenguaje ancestral que se transmite con el corazón, que se sueña.
Morante de la Puebla es mucho más que un torero contemporáneo, es una evocación viva de la grandeza del pasado, una figura que ha sabido recuperar los ecos de la Edad de Oro de la tauromaquia y trasladarlos con fidelidad y personalidad al siglo XXI. En cada uno de sus paseíllos, en cada lance de capote, en cada muletazo cargado de intención, late la memoria de los grandes mitos del toreo, y entre todos ellos, uno ocupa un lugar de honor en su alma torera: Joselito El Gallo.
Desde sus inicios, Morante ha manifestado una profunda admiración, casi devocional, por Joselito, que no es solo un referente estilístico, sino una fuente de inspiración espiritual. El genio de La Puebla ha rendido tributo constante al menor de los Gallo, a quien considera un visionario que transformó la Fiesta desde sus cimientos. Morante ha llegado a estudiar sus formas, sus vestidos, su concepto de lidia y su filosofía del toreo como si se tratase de un evangelio personal.
Esta veneración no es un gesto romántico aislado. Se trata de una declaración de principios. Morante ha construido su carrera reivindicando el arte frente al espectáculo vacío, la pureza frente al efectismo. Sus formas añejas, que remiten directamente al toreo clásico, a los cánones inmutables del temple y la torería sin concesiones, son el resultado de una formación estética que bebe de la historia, del sentimiento y del respeto por los grandes maestros. En su toreo cabe la gracia barroca de la escuela sevillana, el empaque de Belmonte, pero sobre todo, el orden y el magisterio que impuso Joselito.
Morante se ha convertido, por méritos propios, en el paradigma del toreo actual. No porque represente la modernidad entendida como ruptura o innovación técnica, sino porque ha conseguido que lo eterno vuelva a estar de moda. Su toreo, ortodoxo hasta la médula y, sin embargo, personalísimo, ha devuelto al aficionado la emoción de lo genuino. En una época donde prima la inmediatez, Morante ha impuesto el ritmo pausado del arte; en un tiempo de números y estadísticas, él ofrece inspiración, silencio y misterio.
¿Qué le queda por demostrar a Morante? Muy poco, quizás nada. Su legado ya está escrito con letras de oro en la historia de la tauromaquia. Ha toreado con grandeza en las plazas más exigentes, ha emocionado a generaciones enteras de aficionados y ha sido capaz de conjugar la estética con la ética del toreo. Sin embargo, si algo distingue a Morante es su inconformismo artístico. No torea por cifras, ni por récords, ni por contratos; torea porque busca el toreo perfecto, esa faena imposible que solo se consigue en el terreno de los sueños.
Tal vez ese sea su mayor tributo a Joselito El Gallo: la fidelidad a una idea de la tauromaquia como arte total, como expresión profunda del alma y como acto de entrega absoluta. Mientras siga vistiendo de luces, Morante seguirá recordándonos que el toreo no es una técnica, sino un lenguaje ancestral que se transmite con el corazón. Y en cada pase suyo, en cada detalle cuidado, en cada silencio en la plaza, resonará la sombra inmensa de Joselito. Porque para Morante, el toreo, como la memoria, no muere nunca.