Los toros de Juan Pedro provocaron otro festejo sin fuste ni emoción en el que sólo Luque tocó pelo.
Valencia, 17 de marzo
Séptima de la feria de fallas
Media entrada.
Toros de Juan Pedro Domecq, el sexto corrido como sobrero, muy justos de presentación, sin fuerza y de escaso juego.
Sebastián Castella (de solferino y plata), silencio tras aviso y silencio tras otro aviso.
Daniel Luque (de rojo y oro), oreja y silencio.
Emilio de Justo (de blanco y azabache), silencio y silencio tras aviso.
Paco Delgado
Foto: Mateo
Un año más, otra feria, por enésima vez se confió en Juan Pedro Domecq y sus toros fueron la base del séptimo festejo del abono fallero. Nuevo fiasco. Aplomado y con un último tranco molesto el primero, que acabó parándose y fue pitado en el arrastre. De muy justa presencia el segundo, noble y claro. Sin fuerza alguna el tercero, soso y sin gas. Pitado. El cuarto fue embestidor pero no lo vio Castella. Sin fuerza y a la defensiva el quinto. Pitos. Anovillado y muy blando el sobrero, asímismo pitado al ser llevado al desolladero.
Recibió, con un farol, a portagayola Castella al primero, que empujó en el peto. Y en esa línea de disposición comenzó su primera faena sentado en el estribo, aunque luego no hubo claridad en ningún momento, dejándose enganchar la tela casi continuamente en un quehacer largo y tedioso que remató malamente con la espada.
“Pocholo” se llamó el cuarto. Y, con ese nombre ya era difícil esperar algo. Pero este “Pocholo” luego fue y embistió. Y con buen son. Quien no se aclaró con él fue su matador, muy acelerado, destemplado y movido. Dio muchos muletazos pero no dijo nada en otra faena tan larga como hueca.
Se lució al veroniquear a cámara lenta Daniel Luque a su primero, al que exprimió en un palmo de terreno, con los pies clavados a la arena, ligando los muletazos sin enmendarse en series largas y limpias, vaciando atrás las embestidas de un oponente noble y colaborador. Las luquesinas de rigor, y un pinchazo que no entraba en el guión, dieron paso a una estocada fulminante que le valió una oreja.
Tres verónicas de rodillas y otras tantas erguido sirvieron par recibir al quinto, toro cogido con alfileres y protestado por su poca empenta. Se defendió desde el principio, sin entrega ni intención, estando mucho rato Luque intentando en vano sacar algo de provecho. Misión imposible. Y para postre, mitin con el verduguillo.
Se vio sorprendido por el tercero Emilio de Justo al recibirle de capa. Todo lo tuvo que hacer luego el torero ante la sosería del animal, tardo, sin humillar y sin recorrido.
El sexto sólo tuvo cara. Perdió las manos tras pasar por el caballo y se fue para adentro. Tampoco el sobrero fue un portento en cuanto a presencia, midió el suelo antes de ir al peto y fue pitado por la gente. Manseó en varas y se mantuvo en pie a duras penas. Emilio de Justo quiso dar fiesta a la gente y ayudado por El Soro y su trompeteo se inventó una faena voluntariosa y afanosa en la que sacó todo lo que tuvo un animal que bastante hizo con seguir el engaño.