Esta tarde comienza una nueva edición de la feria de julio de Valencia. Un ciclo de corto metraje, muy lejano en su número de espectáculos al que se celebró en esta misma plaza en el emblemático año 1982, tal como se reflejaba el otro día en este mismo portal.
Fue el año del mundial de fútbol de España, del célebre Naranjito y del fracaso de la selección española, tras haber ganado la liga el Athletic de Bilbao. Aún con la movida madrileña en danza, tuvo lugar ll célebre concierto en el estadio Vicente Calderón de los Rolling Stones, Por aquellos días los éxitos musicales los firmaban Los Pecos, Francisco, Leño, la Orquesta Mondragón, Mecano, Alaska y los Pegamoides, Miguel Bosé, Mocedades, Miguel Ríos con su célebre Rock&Ríos, Abba, Paolo Salvatore, Donna Summer, Supertramp o el mejicano Emmanuel, hijo del matador de toros Rovira y quien a su vez intentó la aventura en los ruedos. Fue también el año del triunfo del PSOE en las elecciones generales. Tuvo lugar la visita a España de Juan Pablo II tras las graves inundaciones que asolaron Valencia y provincia en el mes de Septiembre y el Reino de Valencia pasaba a denominarse Comunidad Valenciana.
Ese 1982 fue asimismo el año de la llamada corrida del siglo. La celebrada en Madrid el 1 de junio, con toros de Victorino Martín para Ruiz Miguel, Luis Francisco Esplá y José Luis Palomar. Y el de la alternativa de Vicente Ruiz el Soro, quien llegado de la huerta, tuvo la virtud de despertar la afición en Valencia, y luego pasear y vestir de naranja lloro la tauromaquia por todos los rincones del mundo.
En aquella Feria de Julio de Valencia se programaron un total de ocho corridas de toros, dos novilladas picadas y una desencajonada organizadas por la empresa Cámara – Pedrés. Pues bien. Fue una de las primeras ferias que presenció un todavía coletudo imberbe. Un niño, quien bajaba todas las tardes desde su Chiva natal para sentarse en los tendidos del coso valenciano de la mano de su abuelo. Un jovencísimo aprendiz de torero. Un pequeño aficionado, quien todavía no había cumplido los 11 años y que con el tiempo cristalizaría en uno de los toreros más importantes que ha dado no sólo Valencia en particular, sino toda España en general.
Aquel niño, cuyo carnet de abonado se reproduce como ilustración de este artículo, era ni más ni menos que el torero de Chiva Enrique Ponce Martínez. Ese año, de la mano de su abuelo Leandro, se sentaba en los tendidos del coso valenciano tarde tras tarde. Aprendía de las enseñanzas de su abuelo. Y no perdía ripio de lo que pasaba en el albero de la plaza valenciana. Y todo aquello lo procesaba en su prodigiosa cabeza. A lo largo de esa feria de julio, pudo grabar en su preclaro cerebro el extraordinario sentido del temple de Dámaso González. Y la explosiva espectacularidad en banderillas de un jovencísimo Vicente Ruiz El Soro, quien como nuevo ídolo de Valencia hizo tres pasillos en el serial, y cortó las dos orejas de un toro de Cebada Gago en el último festejo de la feria, que se celebró el 1 de agosto.
Ese joven Enrique Ponce también procesó el sentido enciclopédico de la lidia de Luis Francisco Esplá. O el sabor, la pureza del toreo al natural y la desgarrada torería de Emilio Muñoz. Aunque apenas pudo contemplar atisbos del añejo sentido de la tauromaquia del reaparecido Antoñete. Como buen chivano y por lo tanto, y amante del toro de lidia, tuvo el privilegio de contemplar el juego de un extraordinario toro de Miura llamado Dadito. Un ejemplar marcado con el número 80 y de 494 kilos de peso lidiado por Esplá, al que premiaron por la vuelta al ruedo después de solicitar el indulto.
Y pudo captar también la dureza de la profesión que tenía decidido elegir. Porque vio morir de un infarto en el burladero de sol a Mariano Martín Carriles, banderillero de la cuadrilla de Dámaso González, con el corazón roto de tanta lucha, de tanta pelea en los ruedos, del miedo y de las tensiones diarias que sufren todos los que se visten de oro, plata y azabache.
Parece que fue ayer. Pero han pasado 35 años. Y aquel niño Ponce es hoy un torero de culto. De referencia. Una figura del toreo de proporciones colosales. Para suerte de Valencia y de la tauromaquia. Larga vida, Enrique. Y gracias por todo.