El torero peruano puso en pie a la plaza.
Valencia, 15 de marzo.
Cuarta de la feria de fallas
Lleno.
Toros de Victoriano del Río, el curto con el hierro de Cortés, bien presentados y nobles. El tercero premiado con la vuelta al ruedo.
Talavante (de crema y oro), silencio y silencio.
Roca Rey (de cobalto y oro), dos orejas y ovación con aviso.
Alejandro Chicharro (de blanco y plata), oreja tras aviso y vuelta al ruedo con otro aviso.
De las cuadrillas destacaron Juan Carlos Rey y Fernando Sánchez
Paco Delgado
Fotos: Mateo
Por fin escampó, las nubes se contuvieron y el sol, a ratos, brilló, permitiendo, sin mas sobresaltos que el encontrar su localidad los tardones, la celebración del cuarto festejo del abono fallero. Una función que, en el día de la plantá -cuando los monumentos falleros acaban de instalarse en las calles de Valencia, uno de los días grandes y más significativos de las fallas, que marcan el inicio de las fiestas-, y con el cartel de “No hay billetes” en taquillas, Alejandro Chicharro se convirtió en matador de toros. A su manera tuvo su plantá particular y especialísima.
Arrancó su carrera con “Alabardero”, número 140, negro zaino, nacido en febrero de 2020, con 550 kilos encima y con el hierro de Victoriano del Río. También hizo gala de tan poca fuerza como mucha nobleza.
Se lució Chicharro al veroniquear y Juan Carlos Rey y Fernando Sánchez al banderillear. Y de nuevo el neófito al iniciar con tres muletazos de rodillas y por la espalda una faena de plantas quietas y no poca decisión en la que destacó una serie al natural y los alardes finales con calentó a la gente en su remate.
Se fue a recibir a su segundo a portagayola, quedando bastante desairado, aunque luego se resarció al veroniquear. Le dio mucho espacio, citando de lejos y embarcando las embestidas con temple y limpieza y luciéndose sobre todo al natural, con hambre de toro y triunfo. Pero todo lo echó a perder con el estoque.
Fue a su aire el segundo, que manseó en varas, incluso descaradamente. No terminó de emplearse tampoco en la muleta, embistiendo cansino y sin especial celo, sin que tampoco Talavante anduviese especialmente convencido de sus posibilidades.
Se le dio fuerte en peto al cuarto, muy justo además, de fuerza. Sin convicción alguna, muy desmotivado y apagado, Talavante pasó desapercibido.
Se dejó pegar en el caballo el primero de Roca Rey, aunque anduvo distraído en los capotes, haciéndose ovacionar al quitar y en el autoquite que s hizo al resbalar y caer ante el toro.
Lugo enjaretó hasta cuatro pases cambiados de rodillas, y ya erguido encadenó a su muleta a un oponente, humillado y obediente. Sin cantearse y pasándoselo muy cerca firmó una faena templadísima y poderosa en la que de nuevo la emoción y la sensación de riesgo fue siempre evidente, exprimiendo a un animal extraordinario, que lo dio todo y nunca renunció a la pelea. Hubo una no pequeña petición de indulto y cuando por fin tumbó a este sensacional animal, “Frenoso”, número 98, se le concedieron las dos orejas.
Se llevó un buen pisotón al recibir al quinto, más aplomado y soso, buscando la huida desde el principio y embistiendo a arreones y topetazos y al final buscando. No merecía más que prepararlo para la muerte pero el peruano se empeñó en sacarle partido dejando patente su voluntad y compromiso.