El termómetro del sorteo y algo más
Existe un síntoma en Valencia para saber si el festejo taurino anunciado tiene tirón o no, o medio tirón. Y es el apartado de las reses a las doce del mediodía. No falla. En carteles de relumbre, los balconcillos que dan a las corraletas están repletas de aficionados que siguen el ir y venir de toros y cabestros antes de entrar en el pasillo de chiqueros. Uno tiene experiencia en ello, pues de adolescente y de joven, era uno más de los que se agolpaban para asomarse a las corralestas por dónde pasaban los toros. Un rito que me fascinaba. Y más de una vez, ante la imposibilidad de pillar primera fila, me subía a las puertas que delimitan el sol y la sombra en los pasillos altos del coso para ver algo. En mi caso ya podía ser corrida de lujo o novillada sin picadores. Me daba igualo. La liturgia era la misma; el espectáculo, también.
Estos tiempos de ahora han cambiado algo las tradiciones taurinas de Valencia y su plaza. Se conserva la entrada a la plaza la mañana de corrida para presenciar el apartado, pero durante la semana no dejan pasar a nadie. Yo recuerdo la plaza abierta a todo el mundo todos los días de la semana y aquellas tertulias de los viejos toreros valencianos, sentados en sillas de enea, cerca de la puerta de arrastre, o en el patio de caballos, donde contaban sus historias. Eran memorias fascinantes, seguro que algunas de ellas exageradas, pero para los que todavía no habíamos cumplido los 20, eran la Biblia del toreo. Recuerdo, por ejemplo, al viejo Capilla, a Graneret, al Niño Mateo, a Pepe Catalán, entre otros, platicar y recordar viejas hazañas. ¡Memorable!
Todo aquello ya pasó, es historia. Como también lo es dejar a los aficionados entrar a la plaza los días que no hay toros (desgraciadamente son muchos al cabo del año). El aficionado siempre ha tenido el llamado coso de la calle Xátiva como su segunda casa. Visitar el recinto taurino era como visitar la iglesia donde se venera tu santo o santa; aquí rezas un Padrenuestro, allí te recreas mirando la arena del ruedo y los tendidos vacíos, en los que tantas veces te sentaste para disfrute de tus sentidos.
Ya digo que la plaza permanece cerrada los días sin festejo. No estaría de más, si es que se quiere fomentar de verdad la tauromaquia, que la Diputación, responsable del coso, permitiera visitas, guiadas o no, y deje abiertas las puertas de par en par para que los aficionados, o curiosos, se adentren en un escenario que tantas glorias ha ofrecido a la tauromaquia y a Valencia. La promoción no es solo editar libros y hacer exposiciones, algo que está muy bien, pero se debe completar con visitas al centro de la historia. Y ese centro es la plaza de toros. ¡Abran las puertas! ¡Dejen a aficionados y curiosos recrearse por todo el recinto y permitan experimentar nuevas emociones!
Mientras, el aficionado se conformará con acudir al apartado de las reses la mañana de festejo. Asomados en pila a los balconcillos que dan a los corrales. En Valencia ha sido, es y espero que siga siendo, el primer síntoma de interés de la corrida de la tarde.
¡Abran la plaza, por favor!
Vicente Sobrino