Tendido de los sastres
En lo alto del pasaje del Doctor Serra (qué bien rotulado está, dedicado a quien se dedicó a salvar vidas que parecían perderse en el ruedo valenciano) los balcones y terrazas del edificio se convierten, en días de corrida grande ¿? como la de ayer, en el llamado “tendido de los sastres”. Suele ser una referencia sobre el interés del espectáculo taurino que también se agoten las “entradas” en balcones y terraza desde donde se aprecian, al menos, tres cuartos de ruedo. No sé cómo se verá desde esas alturas, seguro que todo se minimizará, pero al menos aunque sea a vista de pájaro algo se verá.
Esto me recuerda una anécdota de hace como 40 años. En la playa de Puebla de Farnals, a pocos kilómetros de Valencia, había una plaza de toros portátil, al lado del fuselaje de un viejo avión que por entonces hacía las veces de discoteca. Una noche (de verano) fuimos a cenar un grupo de colegas a un restaurante cercano, y luego de la cena, copas y demás, a alguien se le ocurrió alquilar una becerra de aquella portátil y torearla entre todos. Puede que por los efectos de la sangría, la copa postrera, y la buena cena disfrutada, nuestros cuerpos serranos no estaban por la labor de emular el llamado arte de Cúchares. Pero soltaron la becerra y allí nadie se atrevía a salir al ruedo. Lo más, pertrechados en aquellos viejos burladeros, dábamos elegantes y distinguidos ayudados por alto cuando el animal pasaba por allí. Pero salir a cuerpo limpio con capote y muleta, ni hablar. Pasaba el tiempo y nadie se atrevía a pisar el ruedo, tanto, que la gente que estaba tomando la fresca desde los balcones entorno al recinto taurino empezaron a impacientarse por la pasividad de aquellos “lidiadores”. Esos espectadores del “tendido de los sastres” comenzaron a protestar, pero como nuestra valentía no aparecía por ningún lado, decidieron tirarnos pieles de naranjas, de plátanos y demás despojos. La cosa se puso chunga y antes de que nos dieran más matarile, decidimos hacer mutis por el foro. Dejamos la becerra allí y entre gritos de protesta de aquellos “exigentes” aficionados, desaparecimos como pudimos.
De vez en cuando lo evocamos Paco Picó y yo. Por cierto, todavía recordará Paco la costalada que se pegó contra la arena de aquel ruedo cuando la becerra, de tan grande que era, se coló por la tronera de un burladero, pasó al callejón y le sorprendió por la espalda. El percance no tuvo mayores consecuencias. Lo que nos dolió en el alma fue la bronca que nos pegaron los del “tendido de los sastres”.
Vicente Sobrino