La llegada de José María Garzón a la gerencia de La Maestranza ha sacudido los cimientos del toreo sevillano. No es un simple cambio de nombres, sino el fin de casi un siglo de un mismo modelo de gestión. Su nombramiento abre expectativas, inquietudes y, sobre todo, la puerta a una renovación largamente esperada. El mundo taurino mira ahora al futuro con una mezcla de cautela, curiosidad y esperanza.

La designación de José María Garzón como nuevo gerente de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla ha supuesto un auténtico punto de inflexión en el mapa taurino. No es un simple relevo, se trata del fin de 93 años de hegemonía ininterrumpida de la empresa Pagés, un periodo que configuró la personalidad, la estructura y la propia historia reciente del coso sevillano. El cambio de manos, por sí solo, ya es una noticia de enorme calado; pero lo verdaderamente trascendente es que simboliza un soplo de aire fresco, la posibilidad real de una renovación largamente reclamada.
En el mundo del toro se habla de forma recurrente de la necesidad de renovar el escalafón de matadores, de dar oportunidades a los nuevos valores y de oxigenar la cantera. Sin embargo, pocas veces se señala con la misma claridad que la renovación debe comenzar por el sistema empresarial, por la gestión de las plazas, por la entrada de profesionales capaces de ofrecer miradas distintas, planteamientos más audaces y modelos de trabajo en consonancia con la sensibilidad de la sociedad actual.
La tauromaquia, como cualquier manifestación cultural viva, necesita evolucionar sin romper con su esencia. Y ese equilibrio entre respeto por la tradición y capacidad de innovación es, precisamente, el gran desafío que afronta Garzón. Su trayectoria al frente de plazas como Cáceres, Córdoba o Santander habla de un empresario con ideas propias, sensibilidad artística y una visión más abierta en cuanto a cartelería, comunicación y promoción. Ahora, en Sevilla, la exigencia será máxima.
Porque La Maestranza no es una plaza más. Es un templo, un símbolo, un espacio donde cada decisión pesa más que en ningún otro sitio. Garzón recibe una responsabilidad tan compleja como apasionante, que es gestionar un escenario mítico cuyos aficionados demandan excelencia y cuya liturgia obliga a saber escuchar, interpretar y, llegado el caso, corregir.
Pero también recibe la oportunidad única de convertirse en un referente para el resto de plazas, marcar una línea de modernidad compatible con la tradición, demostrar que se puede respetar la esencia sin renunciar a nuevas ideas, nuevas narrativas, nuevas formas de conectar con el público.
Si su gestión logra abrir ventanas, atraer nuevas miradas y romper inercias anquilosadas, La Maestranza podría convertirse en laboratorio de un nuevo modelo empresarial taurino, más dinámico, más transparente y más creativo. Y ese cambio, inevitablemente, irradiaría al conjunto de la temporada española.
El reloj comienza a correr. La afición observa con expectación. Y la llegada de José María Garzón, más que un relevo administrativo, se percibe como un gesto de esperanza, como el posible inicio de una nueva era en la que la tauromaquia, desde Sevilla, respire un futuro más moderno y atractivo.







