La jornada había comenzado con otro baño de multitudes y ya le costó lo suyo poder llegar a la Monumental madrileña para tomar parte en el festival, que él mismo había organizado, para recaudar fondos con que sufragar el monumento que el día antes se había descubierto frente a la Puerta Grande del coso venteño. Un festejo matinal que fue también todo un espectáculo, con un puñado de toreros ya retirados y veteranos que hicieron las delicias del público que abarrotó la plaza y que a él le recompensó con una oreja.

Paco Delgado
Tras un rato de reposo y descanso, otra vez al tajo, para cerrar la Feria de Otoño. Apenas pudo dejar algún que otro detalle con el primer toro de su lote y hubo división de opiniones cuando el animal fue arrastrado por las mulillas.
Y salió el cuarto, que cuando le toreaba de capa le dio una fea voltereta, cayendo de muy mala manera sobre el cuello y quedando el torero inerte en la arena. Susto, conmoción y miedo. No son pocos los que piensan que debe ir a la enfermería y, puede, que ahí acabe su actuación. Pero no. Poco a poco se recompone y con evidentes muestras de dolor e incomodidad, vuelve al ruedo y brinda a su amigo Santiago Abascal antes de comenzar un trasteo que fue siempre a más, llevando a su oponente metido en el engaño, pasándoselo muy cerca pero siempre con autoridad y dominio a la vez que dejaba un cartel en cada pase.
Una faena medida, sin un muletazo de más pero sin uno de menos; toreando con naturalidad y gracia, sin excesos ni alardes fatuos e inútiles tan al uso, exprimiendo por completo al cornúpeta. Buscó con paciencia e inteligencia cuadrar y esperó hasta que vio claro el momento de entrar a matar, tirándose recto y por derecho y enterrando el estoque en todo lo alto. El morlaco -“Tripulante”, colorado ojo de perdiz, marcado con el número 102, con 554 kilos de peso y el hierro de Garcigrande, su último toro- no tardó en caer rodado y muerto y la gente enloqueció. Miles de pañuelos blancos pedían las orejas que desde el palco se concedieron. Otra vez la locura. Y cuando nadie lo esperaba, ocurrió. Se fue al platillo y se deshizo del añadido con la televisión en directo. Hasta en eso ha sido un diestro distinto, diferente y único.
Atrás quedan más de tres décadas de carrera profesional ininterrumpida, con 28 temporadas como matador y una trayectoria extraordinaria, especialmente en los últimos cinco años, cuando tras el también repentino adiós de Ponce se echó el toreo a sus espaldas y tiró del carro como nadie, cambiando su acomodado papel de torero artista para que aflorase la inmensa capacidad que atesoraba, dando la cara en todas partes y sin rehuir ferias, ganaderías ni compañeros. Y todo ello lidiando a la vez con una enfermedad traicionera y escondida que le ha llevado -y lleva- a mal traer.
Morante se va y con él desaparece una manera muy especial de entender el toreo y el papel de figura. Inspirado en lo que fue Gallito en su tiempo y lo que significó para la tauromaquia, él ha llevado un paso más allá lo que hizo el menor de los Gallo, con el toro más grande y serio de la historia, marcando para siempre una época en la que no abundan los diestros que tengan su personalidad. Ni que arrastren al público como él y tengan su tirón en la taquilla.
Cuando una multitud enfervorecida se lo llevaba a hombros muchos aficionados se lamentaban ya por esta pérdida, conscientes de que se ha perdido un referente, dándose cuenta ahora de lo que desaparece cuando en su momento no fueron pocos los que le hicieron de menos. Pero Morante es mucho Morante y ahí está todo lo que ha hecho. Se va un torero único, especial, ¿irrepetible? ojalá que no, pero no parece fácil que surja otro diestro con su personalidad, valor y capacidad. El de La Puebla ha sido grande, muy grande.
Muchas gracias por todo, Maestro. Efectivamente, ya se le echa de menos.