En un mundo que parece haberse vuelto loco, si no definitivamente sí que muy encaminado para alcanzar un punto de caos y desparrame que tendría una muy difícil y complicada reversión, nuestro pobre y atontado país sigue dando muestras de ser de los más aplicados y avanzados en esta deriva disparatada.

Paco Delgado
Con un gobierno sumido en una gigantesca trama de corrupción y descontrol a todos los niveles, sin más objetivo que mantenerse a sí mismo a toda costa y cueste lo que cueste, aunque sea a cambio de la destrucción del propio Estado, rehén ahora y desde hace tiempo de separatistas, independentistas y otros istas siniestros que no tienen reparo en proclamar su aversión a una España que les paga, y extraordinariamente bien, y permite pertenecer a la élite que hace y deshace a cargo del erario, no pasa día sin que salte un nuevo escándalo o se lleve a cabo una estupidez que supere a la inmediatamente anterior.
Todavía estamos flipando con lo de la flotilla llamada a sí misma “de la libertad”, en la que un nutrido grupo de selectos vividores, entre los que incluso figuraban terroristas, y expertos en medrar sin dar palo al agua, sin oficio conocido y sin más preparación y formación que la de estar apuntados a un partido, bandería o grupúsculo considerado “progresista”. Una banda que, por las buenas y porque sí, deciden poner rumbo a Oriente Próximo -con escala y parada en todo aquel puerto en el que pudiesen disfrutar de parranda, chill out y champagne a tutiplén- para no se sabe exactamente qué. Según los portavoces de esta mascarada -pagada, por supuesto, con el dinero de todos y sin que a nadie hayan pedido permiso ni consentimiento- para frenar a Israel en su ofensiva contra el terrorismo de Hamas y que se está llevando por delante a los pobres palestinos, a los que sus propios y teóricos defensores utilizan como escudo humano para seguir aumentando el desastre en una zona secularmente azotada por el odio.
Un territorio hostil y enfrentado en cuanto el hombre apareció por allí y que se desangra especialmente desde que a principios del siglo XX, con la caída del Imperio otomano -alentada por las intrigas e intereses de, sobre todo, Reino Unido, que sembró la discordia entre las partes implicadas en una confrontación que ya no parece tener solución- , y a mitad de aquel siglo con la implantación del Estado de Israel, agitando un conflicto ahora de dimensiones imparables.
Y nuestros impresentables representantes -cuyo verdadero fin, aunque puede que ellos ni lo supieran, era servir de cortina de humo a otro más de los innumerables frentes que tiene abiertos quien les financia y nos mangonea-, en cuanto llegaron a las inmediaciones de la disputa, cayeron en manos del ejercito israelí, menos mal, y enviados para casa en confortables vuelos, que una vez más usted y yo pagamos, presumiendo de heroísmo y aventura. Otro despilfarro absurdo del que nadie pide cuentas.
Y personal de semejante catadura, de nuevo con la connivencia y apoyo de un PSOE ya totalmente desvencijado e inútil -aunque a última hora se abstuvo y permitió tumbar la chaladura- logró promover una ILP que debatió en el Congreso la retirada de la consideración de la tauromaquia como patrimonio cultural. Una artimaña, afortunadamente fallida, que buscaba como objetivo último la abolición de una de nuestras más significativas señas de identidad. Y lo pretenden pasando por encima de los millones de personas amantes de esta tradición milenaria y que, lo más grave, desconocen y aborrecen por cuestión ideológica, sin importarles lo más mínimo que haya un pensamiento distinto al suyo, condenando de paso a gente como Goya, Lorca, Miguel Hernández, Gerardo Diego, Ortega y Gasset, Cela, Alberti y miles y miles de grandes personalidades que sí han comprendido y admirado la grandeza e importancia de la tauromaquia, mucho más allá de lo que suceda en el ruedo entre un hombre y un toro. Algo, por otra parte, que no pareció inquietar mucho a la actual clase dirigente del tinglado taurino, de momento impávida ante la gravedad de lo que se avecina y mucho más interesada en el aspecto contable de sus negocios.
Como si estuviésemos dentro de una película de Cheech y Chong, parece que andemos flotando y sin que nada nos ataña excepto que se nos apague el canuto.






