Hay algo peor que odiar lo que no se entiende: pretender prohibirlo.
Antonio Martínez Iniesta
Eso es lo que hacen los promotores de la ILP antitaurina. Se arrogan la autoridad moral de decidir qué cultura merece vivir y cuál debe ser borrada, como si la historia, la tradición y la libertad pudieran ser eliminadas con una firma.
Hablan de “proteger” a los animales, pero ignoran la vida del toro bravo. No saben que es el único animal que nace, crece y muere en absoluta dignidad, libre en la dehesa, ajeno a establos, jaulas o cebaderos. No saben lo que cuesta criarlo, años de cuidados, inversión y esfuerzo que solo existen porque hay una tauromaquia que sostiene ese ecosistema. Sin corridas, el toro bravo se extinguiría, y con él, la riqueza medioambiental de las dehesas que se preservan gracias a su crianza. ¿Eso es proteger?
Tampoco saben de economía ni de empleo. Miles de familias viven de esta cultura, ganaderos, veterinarios, profesionales taurinos, sastres, artesanos, músicos, mayorales, hosteleros… así hasta un largo etcétera. La tauromaquia no es un espectáculo aislado, es una cadena de vida y trabajo que articula pueblos enteros. Prohibirla es condenar a la ruina a quienes jamás tendrán el altavoz mediático de los activistas de despacho.
Y, sobre todo, desconocen que detrás de cada corrida late un patrimonio cultural que hunde sus raíces en siglos de historia, en el arte, en la música, en la literatura… La tauromaquia no es un pasatiempo, es una manifestación de identidad que ha inspirado a Goya, Picasso, Lorca, Hemingway o Alberti. ¿De verdad alguien puede arrogarse el poder de tachar eso de un plumazo?
Los animalistas que firman esta ILP dicen defender la democracia, pero en realidad ejercen su peor caricatura, la imposición del pensamiento único, la censura de lo que no entienden, la prohibición como argumento.
Prohibir la tauromaquia no es proteger al toro, es condenarlo a la extinción. No es proteger la cultura, es exterminarla. No es democracia, es totalitarismo disfrazado de buenismo.
La pregunta es sencilla: ¿qué es lo que realmente quieren proteger? Porque ni al toro, ni al campo, ni a los empleos, ni a la cultura los defienden. Solo defienden su dogma. Y con los dogmas, ya sabemos lo que pasa, terminan asfixiando la libertad.