Lo de Morante ha sido la guinda para un mes de toros realmente interesante e importante. Si su paso por Sevilla ya fue impactante, ahora en Madrid ha vuelto a poner de manifiesto que es el auténtico motor de la torería actual y que su concepto está muy por encima del adocenamiento del escalafón.

Paco Delgado
Tras una jornada de cara -los triunfos de Alcaraz en Roland Garros y de Marc Márquez en el Gran Premio de Aragón de motociclismo- y cruz -la derrota de la selección española de fútbol en la final del penúltimo invento de la UEFA y el mal sabor de boca que dejó la concentración de Madrid contra la increíble e insoportable impunidad de un presidente del gobierno que sólo se mueve por petulancia e intereses personales, sin que la oposición fuese capaz de movilizar a la ciudadanía en masa y sin, salvo alguna honrosa excepción, ofrecer soluciones más allá del buenrrollismo y lugares comunes-, Morante de la Puebla puso la guinda a un Domingo de Pentecostés que entra ya en la historia por la actuación del torero sevillano en Las Ventas, en la Corrida de Beneficencia, dicen que la más importante del temporada.
El de La Puebla volvió a dejar constancia de su personalidad y estilo único e intransferible. Su forma de entender el toreo, diametralmente opuesta a la de sus colegas, se demostró que cala y llega mucho más a la gente: no hacen falta faenas interminables, sin aspavientos, ni gestos para la galería, con series en las que se inventa un nuevo modelo de ligazón -para toros de ímpetu reducido- y un sentido de la lidia inteligente, práctico y, a la vez, barnizado de ese gusto y gracia que imprime este torero a todo lo que hace.
Anuló no solo a sus compañeros de cartel, Fernando Adrián y Borja Jiménez, sino a todo lo que ese día sucedió en otras plazas, que no fue poco: la gran actuación de Miguel Ángel Perera en Nimes, los triunfos de Luque y Clemente en el Coliseo nimeño por la mañana, la faena de José Garrido a un prietodelacal en Vic Fezensac, los triunfos de Guillermo Hermoso de Mendoza y Ureña en Vera… pero lo de Morante hizo olvidar todo.
Y aunque habría que recordar que un bajonazo resta muchos puntos, la multitud enardecida no lo tuvo en cuenta -como tampoco el palco para tirar de pañuelo blanco- y se lanzó al ruedo para pasearle en hombros y sacarle en volandas por la Puerta Grande que para él es como aquella escalera al cielo que escribieron Page y Plant -aunque dicen que cogieron ideas de aquí y de allá que luego les costó pleitos y pasta- y Led Zeppelin interpretó para enaltecer y prestigiar hasta el infinito el rock´n´roll.
No quedó ahí el éxtasis popular, puesto que parte de esa multitud, a la que se sumaron otros elementos que ni siquiera habían ido a la plaza, se fueron al hotel a vitorearle, obligándole a salir a saludar, revestido tipo a medias entre Mazzantini y Guerra, desde el balcón, como el pontífice que es ahora de la torería.
Se cerraba así, por todo lo alto, un serial isidril, del que solo queda la coda de la Corrida In Memoriam, que ha sido un verdadero éxito de asistencia -y de audiencia en televisión- y que ha dejado no pocas notas de interés y referencia: el triunfo de Fortes, las actuaciones de Román, Isaac Fonseca, Diego San Román, Juan de Castilla, Gómez del Pilar, Rafael Serna, Alejandro Peñaranda, o Samuel Navalón, que han vuelto dejar claro que si hay justicia en este mundo -el taurino, al menos- se debería contar más con ellos. Mucho más.
También se ha visto que hay vida más allá del toro standard y que tanto aburre y en el campo pastan toros de ganaderías que dan aliciente a una fiesta que, cuando cuaja, te lleva al cielo y más allá. Como confirman Morante y los Zep.