Un exigente encierro de Victorino deja a la terna sin premio en el cierre de Albacete .
Albacete, 17 de septiembre
Décima y última de feria. Tres cuartos de entrada.
Toros de Victorino Martín, exigentes y complicados.
Rubén Pinar (de marino y oro), ovación y vuelta al ruedo.
David Galván (de lila y oro), ovación y división de opiniones.
Ginés Marín (de bandera y oro), silencio y ovación con aviso.
De las cuadrillas destacaron Raúl Ruiz y Víctor del Pozo.
Paco Delgado
Foto: Alberto Núñez Aroca
Como ya viene siendo habitual en los últimos años, la feria de Albacete se cerró con una corrida de Victorino Martín, dando sentido al mimo y cuidado con que se elige el ganado para este serial y la seriedad con que se trata el apartado ganadero. Y como ya es también cosa de todos los días, muy buena entrada -y más si se tiene en cuenta que era día ya laborable, hacía un calor sahariano y había televisión en directo…- para decir adiós a la feria.
Pero no fue agradable este último plato. Trajo Victorino un lote con bastante desigualdad en cuanto a peso, con diferencias notables entre ellos y también de juego dispar, con el común denominador de su nada fácil trato. Un postre con acíbar que a alguno se le atragantó.
Regateó y buscó las zapatillas ya de salida el primero, bregando con eficacia y sentido Rubén Pinar. Derribó al caballo tras un buen puyazo de El Puchano. Llegó abanto a la muleta y en cuanto le trató de reducir Pinar se paró y se puso a la espera, siendo muy complicado el poder sacarle un muletazo. Valiente el torero.
Cuajado y ofensivo el cuarto blandeó en varas y perdió las manos varias veces en el último tercio. No tuvo una acometida franca, teniendo que tragar no poco Pinar para sacar algo en limpio con un planteamiento de lidia que no le funcionó con este tipo de animal. Otra vez derrochó valor, siendo de esta inversión el único rédito que obtuvo.
Se revolvió con agilidad y presteza el segundo en el capote de David Galván, perdiendo las manos al salir del peto. Pero tuvo motor para seguir el engaño con temple y buen aire, recortando sólo cuando se le retiró el trapo antes de tiempo. Galván trató de entender cómo respiraba, sacando una faena justa y medida, sin apreturas, dándole su tiempo y dejándole respirar, sin agobios. Pero se le fue la espada muy, muy atrás, y adiós premio.
Tras pensárselo mucho apretó el quinto en el caballo, encelándose en el peto y recibiendo una buena tunda. Esperó en banderillas, llevándose muchos capotazos para ponerle en suerte. Tampoco dejó estar cómodo ni confiado a Galván, empeñado en una lidia bonita y moderna que pronto se reveló inútil, confundiendo la voluntad de agradar con la pesadez y la pérdida de tiempo.
Escurrido y astifino el tercero, fue tobillero y sin entrega en el capote. Embistió al paso, mirando de reojo y sin especial entrega. Le costó cogerle el tranquillo a Ginés Marín, tanto que no se lo cogió, en una labor bastante embarullada y desordenada en la que se sucedieron dudas y enganchones.
El que cerró plaza fue el de más volumen, pasando de 600 kilos, y fue dos veces al picador, empujando y sangrando. Embistió andando y sin convicción, sin que tampoco ahora Marín diese con la tecla en una faena, eso sí, muy dispuesta y valerosa, jugándose la voltereta en más de una ocasión en un arrimón de infarto.