Daniel Luque y Emilio de Justo tocan pelo con una exigente corrida de Jandilla.
Albacete, 16 de septiembre
Novena de feria. Tres cuartos de entrada.
Toros de Jandilla, bien presentados, con movilidad y mucho que torear.
Daniel Luque (de amaranto y oro), ovación y oreja con aviso.
Emilio de Justo (de blanco y oro), silencio y oreja.
Tomás Rufo (de botella y oro), silencio y silencio.
Fernando Sánchez destacó entre el peonaje.
Paco Delgado
Foto: Alberto Núñez Aroca
El abono de Albacete enfila ya su final y la gente parece no cansarse de feria. El paseo abarrotado
-el sábado hubo que cerrar las puertas ante la enorme cantidad de personas que circulaban por sus instalaciones- y la plaza de toros no es ajena a esta masiva afluencia de personal, registrando esta penúltima entrega del serial una muy buen entrada para presenciar un festejo en el que el ganado de Jandilla, sin excesivo volumen y con mucha movilidad, no lo puso fácil a sus matadores. Pero es lo que tienen los toros. No son de juguete.
Sacó enseguida a los medios Daniel Luque al colorado que hizo primero, tendente al gazapeo y al que fue parando poco a poco. Con los pies clavados a la arena ligó una serie sobre la derecha con la que ya le puso a su oponente los puntos sobre las íes para apurar al de Jandilla en una faena breve pero contundente, valiente y sin alharacas innecesarias sin que la gente acabase de enterarse.
No tuvo mucho interés el cuarto por lo que había a su alrededor, pero Luque brindó su muerte al respetable. Y no se equivocó, el cornúpeta tuvo fijeza y disposición, aunque no fue la tonta del bote. Luque volvió a estar entregadísimo en otro quehacer sobrio, seco, serio y dominador, permitiéndose sólo como alarde las ya imprescindibles luquesinas. Una estocada hasta las cintas le puso la oreja en sus manos.
Se le dio mucho, y mal, al segundo en el caballo. Llegó, no obstante, engallado a la muleta, por lo que Emilio de Justo tuvo que machetear por bajo para intentar rebajar su altanería pero no lo consiguió; el toro mantuvo la cara alta y fue repartiendo cabezazos a cada muletazo, sin que su matador lograse someterle en un trasteo en el que hubo poca claridad y muchas dudas.
Alegre y pronto el quinto, que también tuvo mayor voluntad embestidora y claridad en sus acometidas aun cuando no acabó de humillar ni descolgar. El torero extremeño se fajó con él desde el principio, dejando una faena en la que tocó muchos palos y derrochó voluntad y ganas en una labor tesonera y de más compromiso del que pudo verse desde arriba.
Se arrancó de lejos el tercero al peto y empujó con fuerza y entrega, llevándose otro puyazo en mal sitio. Se llevó luego un susto Tomás Rufo, cuando el animal le dio un cabezazo en el inicio de su faena y casi enseguida cayó ante la cara del toro sin que este hiciese por él. No se inmutó y, pes a las evidentes dificultades de su oponente siguió intentando lucir pero no hubo forma. Y, para colmo, se le fue la espada muy abajo.
Se lució al veroniquear al sexto, revoltoso e incómodo, de embestir rebrincado, punteando el engaño y apuntando a veces al bulto. Rufo anduvo valiente pero no pudo hacerse con él. Nadie dijo que esto fuese fácil.