Tras la inesperada y sorpresiva retirada de Morante de la Puebla, que en uno de sus tan personales arrebatos y tras una repentina decisión se arrancó la coleta en su última tarde en Las Ventas, el toreo queda tocado y ante sí se plantea una muy seria y peliaguda incógnita ¿quién será ahora el que tire del carro?
Paco Delgado
A lo largo de las últimas cinco temporadas, desde que en otro arranque imprevisto y súbito Enrique Ponce dijo adiós, el torero de La Puebla ha sido sostén indiscutible de la fiesta, viga maestra de un tinglado que ahora se puede tambalear si no se afianza convenientemente y se apuntala de manera sólida, segura y firme.
También al asumir su nuevo rol Morante cambió de filosofía y hasta de estrategia, arrumbando su papel de torero artista y sin más exigencia que dejar un puñado de detalles y estar al albur de una inspiración que a veces tardaba más de la cuenta en aparecer y dejarse ver. Ahora asumió su compromiso y afloró su asímismo proverbial, y enorme, capacidad, durante mucho tiempo aletargada pero siempre latente.
Sus ejercicios fueron extensos y no rehuyó plazas ni ferias por complicado que fuera estar en ellas, competir con diestros que mordían y ganado que antes ni olía. Y también se liberó de su dependencia de las musas, a cambio, eso sí, de tener que dar la cara a diario. Pero ganó con el cambio. Y ganó la afición, que ha disfrutado a lo largo de este último lustro de un diestro para la mayoría desconocido, largo, poderoso y genial. Que ha triunfado a lo grande en todos los más importantes escenarios del circuito y de manera rotunda, convincente y brillante. Sin renunciar, por supuesto, a su personalidad, única, ni a su foma de ver y entender las cosas. Y el toreo.
Y todo ello lidiando con un lastre más peligroso que el más avieso y pregonado de los toros que imaginarse pueda: un trastorno disociativo que le ha llevado a mal traer durante todo este tiempo y que ahora debe tratar de hacer desaparecer o, al menos, mitigar para que su calidad de vida sea mucho mejor. Y para poder retornar a vestir el chispeante en esa temporada de despedida que todavía le falta por cumplir. Pero hasta que ese momento llegue, su mutis por el foro provoca una situación preocupante y plantea un no pequeño problema a empresarios y gestores de plazas: ¿quién va a ocupar su lugar? ¿quién va ser ahora quien arrastre a la gente, otorgue sentido y tire de un abono o lleve gente a los tendidos?
Hasta ahora ese papel lo compartía con Roca Rey, el otro torero que llena por sí solo, pero que esta campaña ha tenido más altibajos de los previstos y, sus más de diez años de alternativa y el tute a que se ha sometido a lo largo y ancho de este tiempo, hacen sospechar que más pronto que tarde decida tomarse un respiro, antes de haber aprovechado la próxima campaña para hacer caja y ser el quien se lleve lo suyo… y lo de Morante.
Repasando el escalafón no hay nombre que pueda llenar el hueco que deja el sevillano ni hacer su papel, tanto frente al toro como en taquillas. Ni por arriba ni por abajo. Los Castella, Perera, Manzanares, Talavante, etcétera, no se caracterizan por un tirón irresistible, como tampoco se adivina en Luque, Rufo, Emilio de Justo o Borja Jiménez. Ni tampoco entre los que se ven obligados a bailar con las más feas. De la nueva hornada sólo Marco Pérez ha tenido sitio y cancha. Navalón, Víctor Hernández, Diego García, Jarocho, Sergio Rodríguez… apenas si han tenido oportunidad de decir esta boca es mía y de los nuevos Aarón Palacio es el único que ha demostrado con actitud y triunfos que puede funcionar. Sí que en el escalón inferior hay ahora gente con potencial, pero no con la suficiente fuerza para poder tomar un testigo de tanto peso. Vilau, Torrijos, El Mene, Bastos, Castrejón… parece todavía lejana su hora. Aunque, de repente, en cualquier momento salta la sorpresa y revierte la situación.







