Llegar a la plaza de Alicante con tanto tiempo de antelación, tiene sus ventajas y también sus pegas. La mayor pega, tener que esperar a la apertura de las puertas casi una hora antes, soportando el sol implacable y buscando la sombra prolongada de una palmera o un farol, de esos que están clavados en la misma acera del coso, frente a las puertas de acceso. Y la ventaja: pues visionar la gente que pasa, unos de largo, otros haciendo tiempo para entrar al coso y, otros tantos, merodeando como si estuvieran esperando que la higuera descolgara sus frutos.
Están también los que vienen de la playa, con sus sombrillas, chanclas, semidescalzos, acalorados, ceñidos algunos en sus toallas de baño, cual paseíllo camino ya del hogar. Los más con el torso al aire libre; las menos, con el bikini luciendo también con libertad sus encantos ¿?
De entre toda esta pasarela, hay personajes variopintos, curiosos, extraños, inimitables, de esos a los que Berlanga hubiera encumbrado en alguna de sus memorables películas. Ayer, por ejemplo, con la que caía, un chaval, de no más de 30 años, iba y venía por la acera, sin descanso ni rumbo fijo…arriba, abajo, vuelta a empezar…con una Coca-Cola en la mano, que no se sabe si estaba vacía o llena, porque en tantas veces que pasó frente a mí, nunca le sorprendí acercándosela a la boca. Iba de negro, la cara colorá como un tomate. Ya digo, ni sé lo que buscaba, ni podía imaginar el motivo de tanto paseo arriba y abajo. Y ¡sorpresa!, luego lo descubrí, al final de la corrida, al lado de los que sacaban a hombros a Ponce y El Juli. Seguía con la cara colorá…pero sin la Coca-Cola en la mano.
Hay otro personaje más curioso aún. Debe andar sobre los 50, o así. Y si es más joven, el pobre anda más perjudicado que otra cosa. Cetrino, de baja estatura pero enjuto. Por Hogueras se pone -se disfraza, mejor- con un traje campero en el que caben dos o tres más como él. Sobra sombrero de ala ancha, sobra calzona, sobra chaquetilla, la camisa le desborda por donde lo mires…y los botines son como botas de militar de cuando la Guerra del 14. Un personaje. También de los que pululan más de una hora antes de comenzar la corrida por la acera de la plaza. Otro que sube y baja. De pronto desaparece. Y, de pronto también, aparece como por arte de magia en cualquier vomitorio de la plaza. Seguro que no paga entrada, pero él sabrá cuáles son sus armas para conquistar al portero de turno y colarse en el tendido. Es poncista acérrimo y suele llevar en la mano una postal de su torero, a la que besa con pasión desbordada cada vez que Ponce da un muletazo. Salta, grita, mira no se sabe a quien, pero le saltan los ojos de las órbitas cuando Ponce torea. Un caso.
Llegar a la plaza con tanta antelación tiene sus cosas. Es la previa al espectáculo taurino. Y también es otro espectáculo.
¿La última de Hogueras? No! El año que viene, más.
Salut!!!







