La tarde se presagiaba como el nombre del primer toro que abría el abono sevillano, Esaborío. Cómo así fue.
Sevilla, 31 de marzo.
Corrida del Domingo de Resurrección.Lleno de No hay billetes.
Cinco toros de García Jiménez y uno, sexto, de Román Sorando.
Morante de la Puebla, silencio y silencio.
Sebastián Castella, oreja y silencio.
Roca Rey, oreja y silencio.
Pepe Ruciero
Foto: Toromedia
Ambiente máximo en los aledaños de la plaza de toros de Sevilla, que colgaba el “no hay billetes”. Muchos aficionados se daban cita bajo la incertidumbre de esta expectante corrida y otros, turistas, que daban las ultimas coletazos a una Semana Santa pasada por agua. Media hora y ocho minutos más tarde empezaba la corrida tras una tromba que se coló entre los medios y las tablas del coso del Baratillo. Lluvia que puso en entredicho la apertura de la feria, al final subsanada con albero seco.
La corrida del Domingo de Resurrección en Sevilla es por excelencia la corrida a la que cualquier hispalense sueña con asistir, aunque esa tarde soñada se vino al traste con la escasa casta de los toros de los Hermanos García Jiménez, de irregular presentación y escaso juego. El sexto de Román Sorando, manso.
Morante dejó su sello con dos verónicas ante su primer toro, que acusaba falta de fuerzas. El de la Puebla, apuró por ambos pitones las pocas embestidas que brindaba su oponente, escaso de trasmisión, para el lucimiento.
Con su segundo, también de nombre Esaborío, puso empeño a la verónica. Con la franela se dispuso por el derecho en dos series sin opciones.
Sebastián Castella no se acopló con el capote en su primero. Sus inicios con el trasteo de muleta dieron pie a su disposición posterior. Faena de mérito y poder que arrancó a la banda del maestro Tejera. Castella ha dejado una faena de oficio ante un toro de embestidas comprometidas; poco a poco fue hilvanado series sobre la zurda, realizando una conjunción estética. La remató sobre una tanda con la diestra. Dejó una entera y paseó una oreja muy solicitada por el generoso público. .Con su segundo puso voluntad y empeño con insulsos muletazos al deslucido burel.
Con su primero bis, Roca Rey dejó los mejores pasajes de la tediosa tarde, con muletazos limpios y de largo trazo, resaltando los de pecho. Faena de más a menos en donde le faltó el acople final, citando al hilo del pítón. La fulminante estocada dio lugar a la solicitud y concesión de una oreja.
Al sobrero de Román Sorando, el peruano le presentó sus credenciales sin obtener repuesta alguna. Acusó mansedumbre de salida, saliendo suelto y distraído de las suertes.