El callejón de las plazas de toros es para los profesionales, que deben circular por él con total libertad y amplitud porque les va la vida en ello. Allí no pintan nada los periodistas ni los políticos ni otros vanidosos de variado pelaje.
En cierta ocasión, hace casi un cuarto de siglo, quien entonces era empresario de la plaza de toros de Valencia me pidió que acompañara durante un festejo a una célebre presentadora de televisión para ir explicándole el transcurso de las lidias. Ella no sabía demasiado sobre tauromaquia y, además, acudía sola a la corrida. En aquella época yo trabajaba en la misma cadena que la presentadora, amén de en otros medios taurinos, entre ellos un popular semanario. Siendo que no tenía que realizar crónica de la función y que, además, la invitada era conocida mía, no puse ningún reparo en ejercer de acompañante, a pesar de que se nos ubicó en el callejón del coso, un lugar que personalmente no me gusta ocupar como ya había manifestado y escrito en varias ocasiones.
Mi discreción y la de la invitada fue absoluta. Con bastante antelación al inicio del paseíllo ya nos habíamos instalado en un burladero interior del que no osamos salir ni por un segundo hasta que los toreros hubieron abandonado el ruedo tras ser arrastrado el último astado. Fue lo que ambos nos propusimos. Ella porque era famosa y quería pasar desapercibida, y yo porque pensaba que estaba en un sitio que no me correspondía.
Aún así, el director de la revista para la que yo trabajaba, que estaba sentado en la primera fila justo detrás de nosotros, en cuanto finalizó la corrida llamó mi atención para decirme textualmente y en voz alta: “Si quieres dedicarte al periodismo taurino elije, o ahí abajo o aquí arriba”, señalando el tendido. Reconozco que la aserción me afectó. Yo sabía que mi sitio estaba en el graderío, no en el callejón, y aquella experiencia había sido sólo un compromiso puntual saldado con total recato. Tragué saliva, callé y nunca más he vuelto a pisar un callejón salvo cuando he tenido que realizar entrevistas para televisión en alguna retransmisión.
Sin embargo, aquel que fue mi jefe, y que sí que había estado cantidad de veces en los callejones de distintas plazas, parece que les tiene querencia y allí se posiciona multitud de ocasiones y en muchos cosos de España y Francia. Este año lo he vuelto a ver en el de Valdemorillo. La primera de la temporada y ya estaba ahí. Se paseó por el anillo hasta llegar al patio de cuadrillas mientras los toreros se liaban los capotes y luego que quedó en un burladero junto a varios compañeros. ¿Dónde está su coherencia? ¿Por qué no es consecuente con sus palabras? Quiero pensar que la memoria es frágil y que la moda que han impuesto algunos políticos se contagia con facilidad.
Su actitud no es un caso aislado. Hay numerosos informadores que disfrutan siendo observados. Es como si marcaran territorio. “Aquí estoy yo. Qué importante soy”. Pero no, la jerarquía no la da estar a ras de arena, todo lo contrario. La categoría la da realizar la crónica tapado, sin chácharas con los actuantes, sin palmaditas en la espalda. La discreción es una virtud que muchos menosprecian pero que el tiempo pone en valor. El callejón es para los profesionales, que deben circular por él con total libertad y amplitud porque les va la vida en ello. Allí no pintan nada los periodistas ni los políticos, que cada vez instalan más burladeros interiores para dejarse ver, como algunos roneantes incoherentes cuya vanidad les provoca lagunas de memoria y les lleva a dictar aquello de: “haz lo que yo digo, no lo que yo hago”.
Foto: Andrés de Miguel