Con el cierre de la escuela taurina de El Batán ha vuelto a quedar patente la falta de iniciativa, de compromiso, de valentía y de coherencia de ciertos políticos que se han valido de la tauromaquia cuando les ha venido bien pero que la han dejado de la mano a la menor incomodidad. Los toros no deberían politizarse, y no son los taurinos quienes los han politizado. Han sido los propios políticos quienes lo han hecho buscando exclusivamente su beneficio.
Cuando en 2006 el partido político Ciudadanos hizo su irrupción, se presentó con una mano delante y otra detrás. Mejor dicho, con las dos delante. Su impactante campaña de marketing consistía en una simple foto de Albert Rivera desnudo en la que se tapaba los genitales con ambas manos. La intención de la nueva formación era transmitir “transparencia y sencillez sin complejos” y como lema aparecía la frase “Sólo nos importan las personas”.
Las vallas publicitarias y carteles cumplieron con la intención prevista y Ciudadanos se hizo visible. Pero les hacía falta un golpe de efecto más contundente, situarse bien a las claras al lado de la libertad, el respeto y la tolerancia, y el panorama antitaurino que se dibujaba en Cataluña les vino como anillo al dedo. La posición nacionalista catalana en contra de los toros, que acabó imponiendo la ilegal prohibición de las corridas, fue el tema estrella para que Ciudadanos, situados al lado de los taurinos, tuviesen el mejor escaparate imaginable.
La pretensión del partido naranja era “dar voz a mucha gente”, y de hecho se la dieron a los aficionados a la tauromaquia. El beneficio fue común, aunque los taurinos no acabaron sacando rédito de ello quizá por su propia impericia. Albert Rivera se convirtió en abanderado de la libertad de ir a los toros.
Hizo campaña activa contra el cierre de La Monumental de Barcelona y la prohibición taurina en territorio catalán con frases como “primero serán los toros, mañana la pesca y luego la caza”. Defendió con vehemencia la Fiesta Nacional en el Parlament cuando se debatía la ley que suponía el fin de la tauromaquia en Cataluña. Calificó aquella intención, finalmente llevada a cabo, de “atropello político y jurídico”, advirtiendo que “la factura de ese capricho la pagarían todos los catalanes de sus bolsillos”. El líder de Ciudadanos acudió a tentaderos y plazas de toros, entre ellas La Maestranza de Sevilla, y la afición le señaló como uno de sus baluartes. Tanto que una tarde de 2010 acabó sucediendo algo inaudito: le sacaron a hombros de la Monumental de Barcelona junto a los matadores Serafín Marín y El Cid.
Con tal estrategia Albert Rivera se dio a conocer de forma rotunda y los aficionados le premiaron en las urnas. Era para estar agradecidos. Lo que ahora no parece coherente es que Ciudadanos no acabe de apoyar la tauromaquia “sin complejos”, como aseguraban que harían en sus incipientes comienzos. El Ayuntamiento de Madrid ha cerrado la Escuela de Tauromaquia Marcial Lalanda, situada en la Venta de El Batán durante los últimos 43 años, y los naranjas han mirado hacia otro lado. No es la primera vez que ocurre algo parecido. Y no alzar la voz en contra de las injusticias o abstenerse en votaciones que necesitan de su apoyo para que la tauromaquia perviva es lavarse las manos como hizo Poncio Pilato, es traicionar a los primeros que confiaron en su proyecto político. No defender a capa y espada la libertad de ir a los toros no es congruente con el ideario con el que nacieron.
En los programas ‘La Sexta Noche’ y en ‘El Hormiguero’, Rivera llegó a afirmar hace un tiempo que no le gustan los toros, y, aunque matizó que tampoco los prohibiría por decreto, el desencanto de los aficionados ya se había producido. En Valencia, mientras algunos cargos del partido respaldan con su presencia los toros, otros dedican als bous al carrer declaraciones muy desafortunadas. ¿En qué quedamos? Los votantes necesitamos saber el posicionamiento de los representantes a los que votamos. A nadie le gustan las veletas que, según sople el viento, hoy van en una dirección y mañana en otra.
Los toros no deberían estar politizados. Y no los politizan los taurinos sino los políticos en su propio beneficio. Ya tenemos suficientes ejemplos de ello. Si una escuela taurina ha de desaparecer que sea porque no tiene alumnos; si una plaza deja de organizar festejos que sea porque el público no acude, pero no porque los políticos coartan una y otra vez la libertad del pueblo, esa libertad que Albert Rivera defendía cuando afirmaba que “sólo le importaban las personas” y utilizaba la tauromaquia como trampolín para darse a conocer y para conseguir votos.