Roca Rey volvió a triunfar en Valencia y suya fue la faena que encandiló a los aficionados que llenaron el coso de Monleón. Su exhibición de valor sirvió para abrirle la puerta grande y hacer soñar a los espectadores que tuvieron en su actuación el punto culminante de un festejo que fue luego en declive.
Valencia, 16 de marzo. Sexta de feria. Lleno de No hay billetes.
Toros de Núñez del Cuvillo, bien presentados pero con muy poco fondo y menos fuerza, siendo segundo y tercero los de mejor son.
Sebastián Castella (de celeste y oro), silencio y ovación.
Manzanares (de sangre de toro y oro), oreja y ovación tras aviso.
Roca Rey (de esmeralda y oro), dos orejas tras aviso y silencio.
Valencia. Paco Delgado. Foto: Mateo
Disfrutó la gente que llenó la plaza con lo sucedido en el ruedo en la lidia del segundo y, sobre todo, tercer toro. Pero a partir de ahí, como si del pobre Segismundo se tratase, llegó la desilusión y la decepción fue la nota que marcó el discurrir de esta sexta furción del abono fallero: una ilusión, una sombra, una ficción; y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son. Pero no fue sueño la faena de Roca Rey a su primero, si bien el público se adhirió incondicionalmente al derroche de valor que hizo el joven diestro limeño, sin atender a otras consideraciones.
Fue tan protestado el tercero que tuvo que ser devuelto tras su paso por el caballo. Se corrió turno y le sustituyó un lucero franco y repetidor, con el que tras competir en quites con Castella -y ganarle- Roca Rey, valiente, con facilidad y una pasmosa seguridad, compuso una faena muy de cara al tendido pero también con evidente riesgo y no poca exposición ante un toro incansable y de nota y con el que también tuvo fases de toreo reposado, templado y de excelente trazo.
No pudo redondear la tarde ni aumentar su cuenta de resultados ya que el que cerró plaza, también mansurrón, no tuvo apenas fuerza, haciendo inútiles los esfuerzos no ya por lucir sino por hasta mantenerlo en pie del torero peruano.
Y lo que iba a para función triunfal, brillante y con la gente encantada, terminó en frustración y enfado por el poco fondo y menos fuerza que sacó la corrida de Núñez del Cuvillo, culpable en buena parte de que el espectáculo acabase naufragando y con un duro retorno a la cotidiana realidad. No me despiertes, si duermo, y si es verdad, no me duermas.
Se las vio Manzanares en su primer turno con un jabonero (pelo típico de esta ganadería que recuerda su origen Osborne) que arremetió con fuerza al caballo pero que huyó al sentir el hierro. Molestó mucho el viento al torero que, no obstante, enseguida se acopló a su oponente, sacando dos tandas al natural con entidad y empaque, volviendo al pitón derecho por el que se quedó más corto el toro. Una estocada de efectos inmediatos y fulminantes le puso en su mano esa oreja que paseó.
Protestó más el quinto y llegó al último tercio rebrincado y sin gran celo, toreando ahora el alicantino más despegado y con mayor velocidad, dejando un trasteo un tanto deslavazado y con altibajos en los que sólo hubo reposo y conexión entre las partes en el tramo final de una faena demasiado larga y sin hilo conductor.
Muy justito de fuerza y sin entrega en varas fue el primero, con el que se lució Castella en el quite con unas muy ajustadas chicuelinas. Tras su habitual inicio con estatuarios, al toro ya le costó muchísimo seguir el engaño, yendo a más su debilidad y haciendo imposible cualquier tipo de lucimiento del torero francés.
No quiso irse de vacío el de Beziers, pero ni calibró bien ni supo administrar la energía de su segundo oponente, toro codicioso y noble pero de muy poca fuerza que efectivamente duró poco, dejando que sólamente un par de series tuviesen sentido y poso, siendo lo mejor de su actuación la gran estocada que le puso punto final.