No suele ser habitual. Ni suele ser, pero en el 2018 la feria de San Isidro lo ha sido. Porque los tiempos cambian y se busca cualquier cosa para llegar al público.
Y lo ha sido por varias razones:
1.- La empresa, que ya no sabe qué hacer para solucionar el descenso de abonados y de espectadores en general, se le ocurrió por medio de su jefe de prensa presentar semidesnudos a distintos matadores de diferentes nacionalidades. A los hombres, por delante, por el pecho. Y a la única mujer, por detrás, por la espalda, por razones obvias.
Les pintó el creador de la campaña sus torsos con los elementos más identificadores de su nacionalidad (centro y sudamericanos y europeos) y se hizo una tremenda campaña para recordar a la gente que había toros en Madrid en mayo y junio durante 34 tardes.
Hubo críticas a esta campaña por lo novedosa y porque se salía completamente del entorno taurino, amparada -eso sí- en una tremenda campaña de publicidad. Plaza 1, es innegable, es la empresa que más publicidad ha hecho desde que existe la feria e incluso fuera de ella.
Una idea peregrina denunciaron muchos, que al final no se sabe en qué y cuánto influyó en la gente joven. Parece que poco porque en número global de espectadores ha descendido según declaró la producción del señor Casas.
2.- La empresa Movistar ideó un anuncio de una pareja de jóvenes que, tras acostarse juntos, ella descubre que es él animalista y, al contrario, él que su pareja es taurina, poniendo unas caras muy serias que reflejaban una fuerte decepción. Pero se miran, se sonríen y se abrazan de nuevo. Porque dice el anuncio que la tolerancia es lo mejor. Supongo, porque audio y vídeo se acaban ahí, que se acostarían de nuevo tan felices.
3.- Aparece Cayetano en su única comparecencia en el serial madrileño y atrae a muchas mujeres que van a verlo en su única comparecencia. Piden la oreja con frenesí. Hay muchas protestas al serle concedida. Y, cuanto más pitan los antis, con más frenesí aplauden ellas, muchas con cara de enfado por estas muestras de repulsa hacia el trofeo concedido.
Y viene, para rematar, lo del rabo casi al final de la feria.
Esto ya no es sexual, porque no tiene nada que ver con ese mundo, pero el espectáculo de que muchas mujeres ( y hombres) griten lo de ¡rabo!, ¡rabo!, y lo pidan fuera de sí al menos tiene que suscitar una sonrisa después de los tres ejemplos anteriores.
Y que agiten sus pañuelos con locura para que lo concedan tiene su gracia.
En fin, parece que se abre un nuevo mundo al toreo.